El arte de gobernar consiste generalmente en despojar de la mayor cantidad de dinero posible a una clase de ciudadanos para transferirla a otra. La frase del filósofo y político francés François Marie Arouet (Voltaire para los amigos) sigue teniendo plena vigencia en el tiempo de las democracias sociales de mercado del siglo XXI. Pero el despojo de unos para favorecer a otros es un mecanismo que se pervierte con demasiada facilidad. El andamiaje moral que justifica apropiarse del trabajo o el capital de unos ciudadanos se soporta en que hay que dar servicios a la sociedad organizada y ayudar a los más desfavorecidos. Es la respuesta a la pregunta que Tony Judtt se hace en su reflexión sobre este siglo en que vivimos: “¿Cómo impedir que el capitalismo genere una clase baja indignada, empobrecida, resentida, que se convierta en una fuente de división o declive?”.
La idea de una clase social resentida ya fue ilustrada por Nietzsche. Y hoy no hacemos más que asistir a brotes epidémicos de manifestaciones sociales que quieren “ser” porque ya no se conforman con “estar” pasivamente como sujetos anónimos de la organización política de la sociedad. Pero quieren “ser” de una manera peculiar porque pretenden eliminar el sistema sin participar en el sistema.
Y la pregunta que todos nos debemos hacer es: ¿qué alternativas existen a esto que se quiere reformar? Estaremos de acuerdo en que algo marcha mal en una democracia social de mercado (la nuestra) que devora cinco meses de nuestro trabajo (lo que pagamos al cabo del año en impuestos) sin ofrecernos una imagen de sacrificio y austeridad en los costos de la gestión de esos fondos. Vemos escándalos, comportamientos inapropiados, símbolos de ostentación indebidos…. Pero ¿está la solución a un cáncer en hacerlo mayor?
Porque lo que piden quienes quieren “ser” y “estar” de una manera diferente es precisamente más Estado. No piden detener el despojo de los ciudadanos que hace más rica a la bolsa de los gobiernos. No piden cambiar las reglas del juego para que no haya privilegios de quienes mandan y sus burócratas frente a los que pagan. Piden, precisamente, más burocracia, más costo y más despojo. La única alternativa que conocemos al capitalismo social o la socialdemocracia es aquel modelo revolucionario que después de cometer millones y millones de crímenes ha terminado con sus nietos, nuevos ricos y nuevos capitalistas, comprando chalés en el Sur de Tenerife con dinero en efectivo. Ojo al dato.