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Alain Resnais – Por Luis Ortega

   

Recibí con retraso y alegría el esperado regalo de un cinéfilo que incluyó en un pendrive dos de los mejores documentales de la historia del cine. Me llegaron desde San Juan de Luz, una amistosa frontera que, durante la era oscura, nos puso en hora de cuanto se cocía por Europa. Su autor, Alain Resnais (1822-2014), el más comprometido y culto de los realizadores franceses, hubiera cumplido noventa y dos años en la pasada primavera. Noche y niebla -un escalofriante testimonio de los campos de exterminio nazi -y Toda la memoria del mundo- un gozoso recorrido por los fondos de la Biblioteca Nacional de París me reconcilian con un género en decadencia. Por los impagables oficios de la amistad, pude aprobar una vieja asignatura que multiplicó mi admiración por el director de El año pasado en Mariembad, Muriel y Te amo, te amo, todas con la bella y misteriosa Delphine Seyrig, su musa de entonces, y títulos de los años juveniles que llegaron a nuestras salas con torpes mutilaciones de la censura. En su faceta de documentalista dejó trabajos capitales sobre artistas europeos y acercó, con una inteligente didáctica, las vanguardias plásticas a la tradición histórica y, especialmente, al desconcertado espectador de entreguerras.

Jorge Semprún, guionista de algunos de sus filmes, le concedió siempre una posición de privilegio dentro de la Nouvelle Vague porque, pese a su compartida distancia teórica con los influyentes redactores de Cahiers du Cinemá, fue un director preocupado por todos los aspectos técnicos y curtido en la imprescindible experiencia del montaje. Nadie como él utilizó todos los recursos de la técnica de entonces para subvertir la realidad y para sembrar dudas sobre la que presentaba al espectador; y nadie como él fue tan eficaz en romper, con increíble sabiduría, las fronteras entre el arte y la propaganda, cuando ésta se refería a causas justas. Lector compulsivo desde su infancia enfermiza, alternó los literatos europeos y americanos con los tebeos de moda, “una forma de relato” que inspiró encuadres y secuencias para una filmografía de culto que trabajó hasta poco antes de su muerte, cuando presentó Amar, beber y cantar, interpretada por Sabine Azéma, su última esposa. En este domingo soleado y sosegado, la visión de los dos documentales me devolvió la eterna paradoja del barquero: cómo el hombre creador de tanta belleza es capaz de ejercer tanta crueldad sobre su especie, y la recurrente pregunta: ¿cómo ha sobrevivido de sí mismo?