A esta enfermedad esdrújula por fin se le mira a la cara. España se dio por aludida cuando repatrió al juandediano Miguel Pajares (medio siglo en África) del hospital de Monrovia, donde ya no hay dios que se salve. Pero España se trajo a una monja sin ébola y dejó allí a otra “esperando la muerte” (ese plus chapucero). En Sierra Leona, la imagen de Umar Khan, el médico mártir con la edad del ébola (39 años), preside la fachada del hospital que dirigió, con la palabra héroe, a 300 kilómetros de Freetown, la mítica ciudad británica abolicionista del siglo XVIII. Pero cuenta en sus crónicas de Kenema, en El País, con admirable arrojo, el paisano José Naranjo que los pabellones del sanatorio se han vaciado, la gente esconde sus ébolas en casa porque el hospital da pánico: huyen médicos y enfermos. Médicos Sin Fronteras se la juega, en cambio. En la ciudad maldita en cuarentena todos repiten don’t touch’ (no tocar); no tardarán en explotar si no les levantan el cerco. Llevan diez años de guerra en las venas (1991-2001). El virus que vuela con los murciélagos. El ébola va en la dieta: la carne de mono.
Y se transmite por la sangre y el sudor ahora mismo en África Occidental, pero era cosa de África Central desde que un maestro de escuela del Congo lo incubó en una aldea del Río Ébola. No tiene vacuna y es letal, los médicos lo saben, pero caen como moscas con el mono puesto, como Samuel Brisbane, asesor del ministro de Sanidad de Liberia, otro experto en un patógeno que mata a sanitarios en serie: ya más de 60. (Esa mala racha últimamente de la ciencia, con el médico holandés Joep Lange, pionero de las terapias del Sida en África, que se topó con un misil en el cielo de Ucrania.) Aquí todos buscan la mirada de Basilio Valladares, especialista en medicina tropical como Umar Khan, con sus técnicas de biología molecular en el instituto que dirige en La Laguna, para saber qué pensar. El mapa dice que Guinea Conakry, Sierra Leona y Liberia (no tanto Nigeria) están cerca, pero el veterano científico me tranquiliza con argumentos más logísticos que médicos: no volamos al eje del ébola. Bastó que Obama, reunido con África en una cumbre casual en Washington, rescatara a dos compatriotas de Liberia, para que el brote se globalizara, cuando la enfermedad ya iba a mil, y la OMS, tardona, decretó una alerta sanitaria mimética. Se sigue viajando con o sin test, y sin red. ZMapp es un fármaco experimental, jamás probado antes con humanos, con el que Estados Unidos cura a los suyos dando envidia. El primer mundo siempre guarda un as bajo la manga.