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Futuro en mal estado – Por Indra Kishinchand

   

Aquel día llovía de manera irremediablemente extraña. En una tierra con seguro de sol las nubes grises, propias de las peor de las tormentas, causaban una profunda animadversión. Esa tarde el cielo estaba cargada de ellas y no paraban de descargar todo lo propio de un tiempo invernal: culpa y soledad. Hacía tan solo unos minutos su mente había decido que no era un buen día para hacer agujeros al alma; no cabe duda que las gotas traían roturas que ni siquiera el mar era capaz de arreglar. Y así se dio cuenta de que se encontraba en medio de un montón de gente que suspiraba por asuntos que, si bien eran propios de la juventud, nada tenían que ver con la realidad. Su pensamiento le producía a la vez tristeza y decepción. Sabía que se equivocaba en muchos casos, y nunca un error había provocado tanta alegría. También era consciente, sin embargo, de que su preocupación era reflejo de una sociedad que no había sido capaz de acoger y alentar a su futuro. Nadie quería un porvenir caducado, de los que huelen a podrido antes de empezar a ser fabricados; pero la sensación es que tampoco nadie hacía nada por corregir la situación. Dicen que lo único que no tiene remedio de la vida es el final de la misma.

Él, que se había permitido el lujo de añadir los corazones rotos a esta pequeña lista, se negaba ahora a aumentarla. Aquellas dos desgracias eran suficientes, como para, encima, dejar de confiar en un mañana. En una mañana cualquiera…