No sé qué es lo que se siente al disparar cualquier arma, pero me genera un pánico de tal calibre que me impide pensar en cómo reaccionaría ante una situación límite en la que estuviese en juego mi vida o la de las personas que quiero.
Todo esto viene a raíz de la masacre que se está cometiendo en Gaza a manos del ejército israelí, ensañándose con la población civil como si fuese un matadero donde hay que acabar con los animales a cualquier precio. La excusa para perpetrarla es que los miembros de Hamás reciben el apoyo y colaboración de su población y, por tanto, es lícita esa cacería indiscriminada en aras de la seguridad que quiere imponer.
Se ha criticado por activa y por pasiva que el nazismo supuso una auténtica violación de los derechos humanos, tan asqueroso como el humo de los crematorios por donde pasaban apestados como los propios judíos, exterminando vidas como el que recoge hojas secas del suelo porque las considera basura.
Aquellos que se erigieron como víctimas de la barbarie nazi son ahora los verdugos de otro pueblo, vomitando su ira y rabia incontrolada sobre él, arrancándole el alma sin escrúpulos algunos. La muerte de algunos es la salvación de otros: basta con apretar el gatillo para acabar en un instante con la existencia de una persona por el bien de la patria, generando la sensación de tranquilidad y victoria en unos y miedo y terror en otros.
Israel no aprendió la lección y construyó en Gaza un muro para aislar a la población palestina, dando lugar así a un campo de concentración tan aberrante como la sombra de la historia de los nazis. El grafitero Bansky pintó en él a una niña agarrada de unos globos, que se elevaba progresivamente, una llamada de atención para decirnos que la libertad es universal y que nadie tiene derecho a arrebatárnosla, como la vida. Hay que tener en cuenta que si consideramos lícita esta forma de proceder por Israel en el sentido de que se ven atacados sus intereses por esos “terroristas2 de Hamás, también lo sería una invasión de Estados Unidos por una coalición internacional de países en aras de la paz mundial, pues está demostrado que científicos del nazismo se refugiaron en él y acabaron trabajando en distintos programas gubernamentales, aportando sus conocimientos incluso a la NASA, y eso mismo se podría aplicar a otros como Brasil y Paraguay, donde también se consta la presencia de muchos de aquellos. Matémonos entre todos como carroñeros: esa es mi propuesta.
Los políticos de las grandes potencias siguen jugando con el mundo como si fuese su damero particular, moviendo piezas a su antojo, apoyando o derribando gobiernos en función de sus intereses, creando inestabilidad a conciencia para probar armas bacteriológicas, y encadenando la paz como si fuese una esclava de una plantación de algodón.
Solo sabemos llenarnos la boca con palabras vacías que hablan de bloqueos internacionales para evitar la venta de armas a “países terroristas” y, al mismo tiempo, sonreímos tiernamente cuando vemos a reyes y reinas como embajadores de esa supuesta paz mundial, haciéndose fotografías con el niño famélico de turno para que salgan publicadas en la revista ¡Hola!.
Palestina es una de las muchas piezas de ese damero y se la prostituye según los intereses de cada cual mientras la gente muere desangrada, mutilada, desfigurada y ahogada en su sangre.