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Honorabilidad – Por José David Santos

   

El respeto -de los demás- es muy complicado de conseguir. Hay que forjar una serie de virtudes difíciles de explicitar y que no siempre son producto de lo que podemos considerar moralmente aceptable. Por ejemplo, el jefe del clan mafioso de los Corleone, por tirar de una ficción con tintes de realidad, era respetado; de hecho, su poder se basaba en esa virtud, aunque la misma manaba del miedo atroz a la violencia que podía ejercer. Los que disfrutamos de ese ejercicio cinematográfico que construyó Coppola caemos muchas veces en la tentación de glorificar ese respeto, ese miedo, otorgándole un grado de bondad que, evidentemente, debería ser más sancionado que admirado. Incluso cuando su hijo Michael toma las riendas de la familia y se traiciona a sí mismo siendo, incluso, más cruel que su padre, creemos que actúa bien, que el respeto es lo que importa, aunque en pos de ese grial termine por mandar a asesinar a su propio hermano.

En Cataluña, la familia se apellida Pujol y ya no se les respeta. La noticia de los millones no declarados del Molt Honorable Jordi Pujol y los presuntos chanchullos de sus hijos -y una vida ostentosa de coches de lujo- los ha colocado en la picota. Y no porque la Justicia sea más incisiva, sino porque, simplemente, su poder ya no existe. Durante décadas los Pujol -dominando buena parte del nacionalismo catalán- ejercían de barrera, de rompeolas ante los recurrentes envites del independentismo más radical; ejercían de controladores de acceso y desde las instituciones tejían todo un entramado de sostén económico y político para negociar con los distintos gobiernos de Madrid. Qué casualidad que una vez que ese nacionalismo moderado -encabezado, paradójicamente, por Artur Mas, el hijo político de Pujol padre- ha dado un paso sin retorno con la propuesta del referéndum y asumiendo tesis separatistas, los Pujol dejen de ser respetados… hasta por la Justicia. Cayó la omertá, ese silencio cómplice que muchos, dicen ahora, existía dentro y fuera de Cataluña sobre la familia. La culpa no es del nacionalismo, no es de los catalanes, no es de la clase política o empresarial, así, en genérico, no. La culpa es de la ambición y de la embriaguez del poder. Los Corleone sobreviven en soledad en la pantalla porque, precisamente, renuncian a esa ensoñación de ser queridos, se quedan con el respeto y el miedo. Los Pujol quisieron ser honorables y para eso hace falta algo más, mucho más…

@DavidSantos74