X
el fielato >

Miedos – Por José David Santos

   

Iba a escribir de periodismo, pero para qué. Estamos condenados de antemano; somos, tras la política, el sector de la sociedad que causa más rechazo. Somos los mensajeros de los malvados, dicen, ocultamos la verdad y, encima, no sabemos de nada. Así que habrá que echar el cierre, eliminar los estudios de periodismo y hacer de-saparecer informativos de radios y televisiones… total, para lo que sirven. Ahí está Twitter y Facebook, por ejemplo, donde están los bien informados, los que sí que saben la verdad. Ucrania, el ébola, el cierre del restaurante del Parque Marítimo, el sepulcro de Hoffa, todo está contado ahí, en la Red, y es una información magnífica y, sin duda, mejor contrastada que la que manejan los medios de comunicación tradicionales. Los periodistas no tenemos ni idea. Lo que en el futuro permitirá a la gente saber lo que le pasa no será otra gente, sino la sapiencia absoluta que atesoran las redes sociales y esos seres poderosos que, aunque se escondan tras algún alias o identidades falsas, son más fiables que cualquiera que se pega demasiadas horas al día intentando hacer su trabajo de periodista. Y no se trata de un futuro utópico. A poco que se molesten en navegar encontrarán noticias de enorme calado que no están en los medios y agencias de comunicación más reconocidos, pero que son consideradas como la verdad por miles de personas.

Ayer mismo me topé con típicas y tópicas teorías conspirativas sobre el ébola. Desde que es un “ataque” de Estados Unidos para no se qué, pasando por la del laboratorio farmacéutico que se va a beneficiar de una posible vacuna, a la de que, en realidad, el ébola no existe y es todo un montaje (¿?). Se buscan respuestas a algo que, de momento, no las tiene. Todo es posible, pero creo que la razón de esta especie de histeria mundial con el ébola -al día muere más gente en África por sida o malaria- tiene que ver, sobre todo, con el miedo. Tememos aquello que no controlamos o desconocemos. Un virus es algo que no identificamos y al que no le podemos poner coto. Nos da pavor pensar -en el llamado occidente- que la muerte se nos pueda aparecer con tanta sencillez. Ya pasó con la gripe aviar, con el mal de las vacas locas, con la gripe A, con el ántrax, con la Guerra Fría… todos esos miedos se construyeron sobre una incógnita que nadie despejaba (ni despejó). Al periodismo le pasa algo similar. Se enfrenta a una catástrofe, pero no porque el ejercicio del oficio sea muy distinto, sino porque nos está devorando algo incontrolable: el miedo. Y, claro, hay constructores de noticias que, al parecer, no lo tienen y, como un virus, están devorando a la profesión.