Sale al escenario el personaje de Padre Ubú y su primera palabra es “mierda”. Estamos en 1896 y Afred Jarry rompe por completo con el teatro realista con Ubú rey. Aquella primera palabra era, además, el inicio a una representación que se burlaba de los arquetipos y, en cierto modo, parodiaba, para desnudar aún mejor sus miserias, las intrigas palaciegas de los shakesperianos Macbeth o Ricardo III.
La susodicha palabra antes provocaba cierto desagrado, pero nos hemos acostumbrado tanto a ella que le perdemos hasta ese reparo. Evidentemente que alguien la pronuncie no es provocador -qué lo será en estos tiempos-, pero, a veces, a uno le viene el término a la boca para, sin ser un Jarry del absurdo, mostrar públicamente cómo nos sentimos. Así, la política es una mierda; el periodismo es una mierda; la justicia es una mierda; la guerra es una mierda; el coche es una mierda; el equipo está hecho una mierda; el ser humano es una mierda; eres un mierda; etcétera, anclados, como estamos, en un enorme pesimismo. Todos dejamos caer el sustantivo hecho adjetivo casi sin reparar en él. Pero hay días en los que a uno le surge su mención para ser meramente descriptivo.
Domingo al mediodía, costa de la Punta del Hidalgo. Centenares de personas se agolpan en los charcos y pequeñas calas de la zona. Hay simples bañistas; los que ponen dos toallitas para coger algo de sol; los que, además, llevan un par de paraguas para refugiarse a la sombra; los que plantan una pequeña caseta; los que llevan una enorme tienda de campaña; los que acompañan la enorme tienda de campaña con mesas, sillas, bombona, calderos, cocinilla, paellera, etcétera; y los hay que tienen allí la caravana como punto de anclaje veraniego. Uno se va a bañar en uno de esos idílicos charcos -con un filtro de Instagram son muchísimo más idílicos- y solo me sale una palabra: mierda. Todo está sucio, todo lleno de -literal- millones de colillas, de trozos de plástico, de restos de comida… y uno desearía poder decir que es solo una provocación o una metáfora más o menos cercana a la realidad, pero no, lo que hay en ese momento a tu alrededor es eso, un montón de mierda. Y lo más peligroso es que está aceptada, hay costumbre, como cuando soltamos el término en cualquier conversación y a nadie le importa.