EscondÃan todo lo que él pretendÃa ocultar. Desde sus miedos inconfesables hasta el temor más valiente, todo punto de su vida que le preocupara se hospedaba allÃ, sin fecha de salida aparente. En un principio, las situaciones difÃciles planteadas en su vida eran fácilmente solucionables para él. En un principio. Todas ellas pasaron a ser tensiones acumuladas, agrupadas en un mismo lugar. Todas ellas, ahÃ. Con nombre y con dueño. Visibles a los ojos de todos. Parte de su dÃa a dÃa, se encontraban asentadas de forma permanente en su cuerpo y mente, formando parte de su belleza. De hecho, no era el único que las mostraba. Todos, en mayor o menor medida, las tenÃan. Unos escondÃan la soledad; otros, la indiferencia. Desamor, rupturas y demás aspectos que, sin saberlo, pasaban a ser una preocupación en la vida de cualquiera. Cualquier tonterÃa podÃa convertirse en motivo por el que ellas, dueñas de toda intranquilidad, se hicieran con el poder. Visible a los ojos de todos, pero a los de nadie. Nadie era consciente de lo que habÃa tras ellas, ni de las diferencias y particularidades que podÃan encontrarse. Para todos, ellas eran un matiz de nuestro rostro, igual que cualquier otro.
Una forma de contrastar lo bonito de unos ojos o de mostrar el cansancio de una mirada; el resultado de una noche apasionante o la prueba visible del peor de los insomnios. Un aspecto que, para los que más las marcaban, podÃa corregirse con un sencillo corrector o, directamente, maquillaje. Algo fÃsico, algo nimio. Sin mirar más allá. Nada más. Ni miedos, ni preocupaciones. Nadie era capaz de ver que, tras la imagen de unas ojeras, podÃa haber algo más. Que tras los ojos, la mirada; tras la boca, la palabra. Con el tacto, la sensación. Nadie era capaz de ver que, escondidas entre miradas contenidas, palabras erróneas y mudas o sensaciones nuevas, estaban ellas. Ocultando inquietudes que querÃan escapar a golpes de su cuerpo, dejando hematomas indoloros. Que ellas, como todo lo dañino, querÃan convertirse en alegrÃas. Claridad sobre oscuridad. Dejar de sufrir ocultando, dejar de vivir golpeando. Y romper con el mito que las dejaba como noches contenidas o cansancio de más, sin más. Soltar tensiones, romper a llorar. Dejar de sufrir, para confesar.