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Pablo VI – Por Luis Ortega

   

El primer día del verano del 63, el culto Giovanni Batttista Enrico Antonio María Montini (1897-1978), arzobispo de Milán, fue elegido por todos los miembros de la curia y la mayoría de los cardenales americanos y europeos (los españoles fueron por otro lado) como vicario de Cristo y obispo de Roma. Contemplo en la cripta vaticana la escueta losa sobre la tierra que acoge sus restos desde hace exactamente treinta y seis años y sobre la que, curiosamente en contra del protocolo, no constan sus dignidades de Siervo de Dios y Beato, otorgadas por el papa Wojtyla en 1993 y Ratzinger en 2012; acaso como gratitud por la concesión del capelo que hizo a los tres últimos pontífices, el fugaz Juan Pablo I, que apenas duró un mes en el cargo, y los ya citados, famoso el polaco por su incansable actividad y el segundo por su insólita renuncia. Adornaron a nuestro nombre de hoy, una inteligencia preclara, una escritura primorosa y una prudencia evangélica que le impulsaron al diálogo constante, pese a “la inutilidad de la palabra para quien no quiere oír”. Por otro lado, como una obligación que hizo carne, defendió el legado de Juan XXIII y concluyó un concilio que integristas y progresistas condenaron al fracaso desde su convocatoria. En medio de ácidas disputas dio un ejemplo de valentía y fue el primer sucesor de Pedro que visitó Tierra Santa en busca de las raíces cristianas y que, desde 1439, abrazó al primado ortodoxo, el carismático Atenágoras (1886-1972), patriarca de Constantinopla, con el que pactó la revocación de la mutua excomunión que ambas confesiones lanzaron en 1054. En Jerusalén un grupo escultórico rememora el histórico encuentro, reflejo del firme ecumenismo que marcó el duro pontificado de Montini. Trabajó en la Secretaría de Estado entre 1922 y 1954 y fue un leal colaborador de Pío XI, Pío XX y Juan XXIII; conoció los intereses y entresijos curiales y, con su humildad, no satisfizo las ambiciones de quienes quisieron que fuera “un ilustre funcionario”. Ahora que la polémica sobre el aborto está en primer plano por el contestado proyecto de Gallardón, los conservadores más duros invocan la Humanae Vitae, la sexta de sus encíclicas y en la que cedió -como reconoció luego- a la presión integrista; sin embargo, nadie habla de la avanzada posición eclesial que formuló en la Populorum Progresio que, con evidente anticipación, recuerda los modos del sorprendente papa Francisco que vino del fin del mundo con un mensaje de amor y de esperanza.