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Profesionales del odio – Por Claudio Andrada Félix

   

Si piensan que dedicarse profesionalmente a esta disciplina es sencillo, están en un error. Nada más lejos de la realidad del odiador. Eso sí, no hace falta acudir a ningún centro de estudios, más bien al contrario. El odio extiende su sapiencia precisamente entre los argumentos más ridículos y menos científicos, al mismo tiempo que muestra todo su esplendor precisamente cuando la razón abandona nuestros actos. Pero al contrario que la traición, que necesita del silencio y la complicidad para ejecutarla, el odio necesita de publicidad para que se haga efectivo. De nada le vale al odiador profesional permanecer en el anonimato. La clave de este supino desprecio está en la humillación pública. Y si sale espuma de la boca cuando se habla o se maltrata al odiado/a, mejor que mejor.

Además, los artesanos de esta disciplina presentan una imagen personal cargada de estigmas y marcas que los delatan. Claro que es normal su rostro de perfiles airados, esa mueca de labios estirados y mandíbulas apretadas, fruto, claro está, de la bilis que a cada rato pasa de su hígado a la boca y de ahí al estómago. Podríamos concluir que el odio, al contrario que la empatía, acorta la vida, incluso la de los demás. Precisamente por eso, en algunos lugares del planeta -o zonas calientes, que se suele decir ahora- este ejército de profesionales mata sin reserva alguna, incluso mirando a los ojos de las víctimas de su sinrazón. Sólo así es comprensible que un francotirador sionista se vanaglorie en las redes sociales de haber sido el responsable directo, y bajo su particular elección, de la muerte de más de 13 niños palestinos, cuyo único delito fue activarle con su presencia jugando en las calles el odio inculcado desde que era un chiquillo como ellos.

Nada más lejos de lo humano y lo científico que el odio. Y cómo se acomoda en la argumentación más ramplona y absurda. En la Edad Media, se quemaba a mujeres acusadas de brujería, previamente marinadas con el odio común a todo lo desconocido. Siglos atrás, los romanos aplaudían con rabia -uno de los aditamentos de la especialidad aquí estudiada- cuando los leones se comían a los cristianos o los clavaban en cruces para el deleite del público con licencia para odiar. El grado del odio, como pueden concluir el lector, está directamente relacionado con el número de víctimas de su ejercicio. De ahí que después de casi un mes de este nuevo genocidio (más de 1.750 palestinos muertos, de ellos el 30% niños) podamos asegurar que los sionistas son unos profesionales del odio altamente cualificados, a los que espero que la historia les dé el título de asesinos de inocentes que se merecen, sin lugar a dudas por méritos propios y con la rúbrica de la sangre del pueblo palestino.