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Virgen de La Libertad – Por Félix Díaz Hernández

   

Cada año, fiel a la cita, celebraba en la intimidad de su hogar la ceremonia en honor de la virgen de la Libertad, mártir de horarios y madrugones, benefactora de rupturas y rutinas. Esa deidad, cuyo manto de protección siempre estaba limitado en el tiempo a unos 30 días aproximadamente, despierta un fervor inusitado; loas, oraciones y rosarios se entonan en su honor durante todo el año. Los festejos anuales no eran idénticos en cada ocasión, tampoco la alegría ni la ilusión con la que se realizaban todos los preparativos previos. El ritual permanecía casi inalterado durante la última década. Primero se elegía un lugar del globo terráqueo en el que desarrollar los actos principales para la virgen de La Libertad; como segundo, y muy necesario paso, se adquiría una guía que explicase los detalles de ese punto geográfico, y nada de itinerarios virtuales o libros descargados de internet, una guía de libro, de papel. Tan ansiado documento solía terminar su periplo vital, después de esos 30 días, arrugado, subrayado, manoseado… pero feliz por haber cumplido con el objetivo para el que fue creado. Dicha festividad también exige un vestuario adecuado para poder exprimir la devoción y los rituales libertarios del verano.

Todo este material necesario: la ropa para frío y calor, para el sol y para la lluvia; las pequeñas herramientas, los adaptadores eléctricos; el botiquín básico; la cartilla de vacunas y el pasaporte; las pilas, la linterna y el mosquitero; la cámara de fotos… Todo eso quedaba en exposición un par de días antes sobre un sofá. A diario se revisaba la lista de necesidades durante varias jornadas y en el último momento, pausada y minuciosamente, se comenzaba a construir el rompecabezas para el aprovechamiento total del espacio interior de la vieja mochila. Cuando se cierra el pequeño candado que une las cremalleras ya se puede gritar: “Viva la virgen de Las Vacaciones”.
@felixdiazhdez