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A vueltas con el pleito insular

   

El presidente del Cabildo de Gran Canaria, José Miguel Bravo de Laguna, ha vuelto a insistir, a través de una carta al presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero, en el maltrato, desde el punto de vista institucional y de la inversiones, que sufre Gran Canaria frente a Tenerife. Bravo de Laguna ha reiterado un discurso que ya ha esgrimido en varias ocasiones en el último mandato y siempre por medio del viejo arte de la epístola -hecha pública, por supuesto-, lo que le ha permitido después, allá donde va, incidir en el mensaje mediante declaraciones a los medios. Así, el presidente del Cabildo de Gran Canaria insiste, por medio de un eufemismo para evitar palabras mayores y más claras, “en la necesidad de que Canarias sea una región equilibrada”, señalaba recientemente cuando se le interrogaba por la citada misiva enviada a Rivero, en la que, sobre todo, se quejaba por el trato que recibe la isla. “Lo que yo planteo lo trato de basar en datos y en hechos, no en opiniones o sentimientos”, declaraba, reiterando que existe desequilibrio en temas como representación externa, obras hidráulicas, puertos canarios, ayudas de emergencia, etcétera. Además, tal y como escribió en su carta, Bravo de Laguna cree que se rechazan ofertas de prefinanciación a carreteras “imprescindibles” para Gran Canaria y se cometen actos de deslealtad en asuntos como la declaración como Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de sitio histórico, del Oasis de Maspalomas, o el levantamiento de la moratoria para construir hoteles de cuatro estrellas, lo que, a su juicio, es “un trato injusto y desproporcionado” a la isla. Sin querer mencionar a Tenerife, lo que sí hace el presidente insular de la isla vecina es lanzar un dardo demasiadas veces utilizado pero, que al parecer, sigue estando en el manual de la política canaria: “Que se olviden los que pretendan tener una autonomía de hegemonía de una isla sobre otra”. Vamos, que los males de una isla son producto del intento de “hegemonía” de otra -Tenerife- sobre ella.

Esta actitud, este tipo de argumentario, no es del agrado de todo su partido; de hecho, el silencio ha sido la contestación que ha recibido de los suyos, que, además, creen que en asuntos como la declaración BIC del Oasis de Maspalomas la actitud de Bravo de Laguna debería ser más que discreta al entender que ha sido juez y parte. En todo caso, ese desequilibrio del que habla apunta, también, directamente a dirigentes del PP que durante varias legislaturas formaron parte del Gobierno autonómico, como es el caso del presidente del partido y ahora ministro José Manuel Soria.

Lo suyo sería llevar a cabo un estudio pormenorizado “con datos” para corroborar o no lo que señala Bravo de Laguna, pero el resultado solo añadiría más leña a la hoguera de vanidades, sobre todo políticas, que se esconden detrás de estos intentos, ya demasiados chuscos, de avivar el estúpido pleito insular. Sin duda, tras las cartas y declaraciones de quien se supone con una alta responsabilidad institucional está el rédito electoral de estas cuestiones. No cabe duda que alentar los insularismos es una fórmula válida y que suele tener resultados positivos en las urnas, pero a estas alturas de la vida política de las Islas, quizá sea hora de desterrar ese axioma casi inmutable de que para defender a tu tierra necesitas atacar (o compararse) a otra. Solo habría que recordarle a Bravo de Laguna que muchos de los problemas de su isla igual no tienen culpables, igual son más cuestión del propio Cabildo o, simplemente, que se podrían solucionar con un talante distinto al que se demuestra con un matonismo que tanto allá como acá debe ser olvidado. Porque si la respuesta a Bravo de Laguna fuera desde Tenerife redactada en los mismos términos, deberíamos sancionarla de igual manera. Además, qué dirían- lo dicen realmente- el resto de las islas si se hiciera el estudio antes citado. Tampoco se resolverían sus problemas. Sorprende que alguien que ha presidido el Parlamento de Canarias, desde donde se le supuso una visión más amplia y abierta de lo que es esta comunidad, y perteneciendo a un partido, el Partido Popular, que ha estado gobernando en el Archipiélago tanto tiempo, se saque a pasear de nuevo un argumento tan peregrino, tan manido y, sobre todo, tan injusto y corto de miras.

Son tiempos de tender puentes no de minarlos. Si dejásemos de observar el ombligo canario y abriéramos los ojos al resto del planeta, nos daríamos cuenta de que la mejor fórmula para destacar y defender las singularidades de cada pueblo, de cada territorio, de cada isla si se quiere, es colaborar con las otras singularidades, los otros territorios y las otras islas más cercanas. Y más en Canarias, donde siendo noble la causa de querer lo mejor para aquellos que habitan en tu mismo terruño, no lo es tanto si se alienta el enfrentamiento y la disputa entre los isleños. No estaría de más que el arte epistolar de nuestros políticos sirviera para unir más que para separar, especialmente, porque creemos que para eso son elegidos. Si el faro no funciona, lo más probable es que el barco termine por naufragar a sus pies; o, lo más deseable, cambiemos de faro y farero.