Coged las rosas mientras podáis; / veloz el tiempo vuela”, dejó escrito Robert Herrick, y esos versos del siglo XVII me vienen a la cabeza en la muerte del gran poeta lagunero, Arturo Maccanti. Lo digo en el recuerdo de las charlas que mantuvimos por estas calles y cafés, no demasiadas, las suficientes para dar muestra de la gran humanidad de este hombre cosmopolita, grancanario de origen toscano, atrincherado en Aguere durante décadas, Hijo Adoptivo de nuestra ciudad. Debo añadir que si conocí un poco a Maccanti fue bajo tu mediación, querido Juan, por ese arte que te distingue de poner en contacto a tus amigos comunes, signo de generosidad, y hacerlo además desde la distancia, reflejo además de astucia sutil. Me preguntaron ayer desde otro periódico por mi recuerdo del poeta y dije esto: fue un hombre capaz de reflejar en sus versos la alegría y en ocasiones la tristeza de vivir. Bondadoso, cálido, desprendido, elegante incluso en tiempos, los últimos, de extrema dificultad para él, la mirada de Arturo transmitía una tristeza forjada en los reveses de la vida. Era un hombre capaz de pensar, un humanista con todas las letras, y al mismo tiempo un hombre capaz de sentir, de volcar recuerdos y vivencias personales para darles una dimensión universal, heridas que todos somos capaces de interpretar como propias. Ese es, entiendo, el momento eureka del poeta, y hoy se puede afirmar que Arturo lo logró en proporciones caudalosas. Nuestra isla está en deuda con su figura, su obra y su ser, no dejemos que, otra vez, la desmemoria nos consuma en la ignorancia y la mediocridad que a veces acompañan a este tiempo atribulado. Me despido con el inicio de uno de sus poemas, mi favorito de Maccanti. Se titula Columpio solo: “¿A quién meces, columpio solo? ¿Al viento / ruidoso y ciudadano? / Al pasar, te descubro en la tardía / luz del verano, como en sueños, / con tu vaivén donde un fantasma / que golpea en el fondo de mi pecho, / todavía sonríe sin saber”. Descanse en paz, don Arturo.