Las estrategias de todas las batallas contra las injusticias siempre han tenido en la protesta pública su motivo principal y recurrente. Salir a las calles y expresar la oposición a una determinada medida ejercida por el abuso de poder han significado hasta ahora la máxima por la que las organizaciones opositoras de cualquier signo pretendían cambiar el curso de determinados acontecimientos.
Pero esto ha ido variando, y en un mundo globalizado como el actual, donde los capitales corren por todo el mundo con una libertad y velocidad casi imbatibles, sólo deja la oportunidad de la respuesta global como táctica para forzar los cambios e incluso forzar revoluciones. De hecho, las sanciones llamadas administrativas o de comercio las han aplicado los países y las alianzas de estados desde hace mucho tiempo con la intencionalidad de quebrar las posiciones más tajantes de determinadas naciones contra otras. Pero jamás habíamos comprendido la oportunidad que ofrece el boicot a determinados productos o servicios si lo aplica la ciudadanía. Hay que tener en cuenta que el neoliberalismo, fruto de su voracidad, tiene en su ADN económico la participación en su capital de fondos de inversión foráneos a los que les importa nada dónde se fabriquen los productos, dónde se comercialicen o al precio que se vendan. Lo único que les inquieta a los llamados “fondos buitre” es ver bajar sus beneficios, con lo que la emigración de dinero de unas empresas a otras es la tónica común. Y esa fortaleza despiadada, capaz de deslocalizar producciones llevándolas a países donde las garantías mínimas de derechos humanos quedan a ras de suelo, puede y debe convertirse en una fragilidad por la intervención de los consumidores responsables. Seríamos ilusos si pensamos que el cese de las hostilidades de Israel en la franja de Gaza tuvo como motivo principal la intervención de organismos internacionales en el conflicto que costó la vida a más de 2.000 palestinos. No. Las campañas emprendidas por organizaciones de derechos humanos proponiendo un boicot a los productos de bandera judía tiene muchísimo que ver con la retirada parcial de la presión sobre la población palestina, que deberá continuar con la reparación (por vía de las sanciones económicas) de los crímenes de guerra cometidos por el Gobierno de Netanyahu (más 500 niños asesinados). Pero insisto en el poder del consumo.
Que no es otra cosa que la elección que hacemos a diario de qué productos compramos o dejamos de comprar, dependiendo de si las empresas que los comercializan presentan las garantías mínimas que deben exigírseles a los que hacemos ricos con nuestras compras. Siempre hay otras marcas, a lo mejor menos conocidas, que aplican unas políticas con sus trabajadores, medio ambiente o simplemente de carácter social más acordes con el mundo que queremos o pretendemos. Elegir no solo nos hará unos consumidores más responsables, sino que, además, con esta simple acción cotidiana podremos inclinar la balanza hacia el terreno de la justicia social. El poder del consumo es mayor de lo que pensamos.
claudioandrada1959@gmail.com