Muchos son los aspectos que influyen en la situación de los pueblos, pero entre ellos, hoy más que nunca, parece mandar casi de forma absoluta la economÃa. Es más, sabemos con certeza que un paÃs o una región pobre está condenada a padecer calamidades y que la carencias de medios no es una actitud, ni una maldición o cualquier otra explicación metafÃsica que queramos añadir, sino el producto de una jerarquÃa cruda en el orden de los intereses de un sistema totalizante difÃcil de cambiar. Las comunidades que no están en primera fila de las finanzas globales suelen al mismo tiempo ser rehenes de una lucha inhumana por evitar la cola de las miserias; una ecuación artificial que se retroalimenta a sà misma por una suerte de reglas que juegan a favor del capital, de tal forma que, y lo estamos viendo, las diferencias entre ricos y empobrecidos son cada vez más decisivas. A partir de aquÃ, podrÃa deducirse que las consecuencias son más que previsibles. Como reacción, las capas bajas o los paÃses parias tienden a convertirse en alimento providencial para los fanatismos, las epidemias, el crimen o las dictaduras, entre otras muchos estigmas. La ausencia de desarrollo, formación, información y de las mÃnimas condiciones básicas para alcanzar una existencia digna coquetean con el caos. En un sÃmil no exento de atrevimiento, podrÃa decirse que de alguna forma los grandes conflictos bélicos regionales que azotaron al primer mundo en los siglos precedentes han devenido en una verdadera guerra mundial, silenciosa e irreflexiva, que acorrala a aquellos que cayeron fuera de las pequeñas grandes élites. Antiguamente estas diferencias no tenÃan mayores consecuencias porque la industrialización estaba en pañales y los territorios ignorados vivÃan sus ciclos evolutivos al margen de la maquinaria dominante. Ahora, aparentemente el poder se ha multiplicado en proyección geométrica hasta alcanzar, a través del dinero, la mayor opresión jamás conocida. Esa tiranÃa moderna debe ser seguramente ciega, como la avaricia, tanto como para no ver que el juego creado tiene un lÃmite natural, pues no hay búnker, muralla o refugio atómico para detener el bramido de la supervivencia o la expansión de los efectos de la exclusión, sea en forma de fundamentalismos cavernarios, grandes migraciones o pandemias desbordadas. Y es que la simpleza es el otro factor clave de la balanza ecológica que precipita la caÃda cantada, a menos que la inteligencia retome sus herramientas y ajuste las tuercas necesarias para poner en orden un bien común con que asegurar el futuro de todos.