Al final, se cumplieron los pronósticos. Primero, con el vicepresidente y consejero de Educación y Sostenibilidad, José Miguel Pérez, y después, con el titular del Ejecutivo, Paulino Rivero. Ni uno ni otro debían aspirar a la reelección por sus respectivos partidos como candidatos a la Presidencia canaria en las elecciones locales y autonómicas del próximo mes de mayo, por la obvia falta de confianza que despertaban entre los dirigentes de PSOE y CC encargados de aprobar las correspondientes propuestas.
Tras los sondeos previos realizados por algunos de sus colaboradores, para ver por dónde iba el parecer de los potenciales votantes -no se olvide que la elección del candidato debe efectuarse por vía de primarias el 19 de octubre-, el vicepresidente recogió velas, decidió dar un paso al lado y trató de justificar su actitud con el argumento cierto de que sus responsabilidades como máximo cargo federal socialista en materia de Educación le exigen mayor entrega y trabajo. Lo que no le reclama el puesto es la dedicación exclusiva. Pero queda bien citar una disculpa en vez de reconocer el rechazo que suscita en sus propias filas. Basta recordar que en 2010 accedió al puesto de secretario general del PSOE en Canarias con notoria contestación interna, ya que sólo logró el 54% de los votos de los delegados en el XII Congreso Regional.
Se va pero se queda
Lo malo es que tal grado de inconformismo ha ido en aumento a lo largo de estos cuatro años. Su escasa participación en la vida interna del partido, los insuficientes contactos con los dirigentes insulares, el -en palabras de algunos de sus propios compañeros- “excesivo entreguismo”, la “lealtad desmedida” a las políticas diseñadas por CC y, sobre todo, la falta de tacto y sentido político para impedir las divisiones internas en Gran Canaria y Tenerife, más la ruptura y los sonados conflictos en El Hierro y la Palma, hacían de José Miguel Pérez un candidato imposible. Los vientos de renovación y la conveniencia de revertir una coyuntura poco propicia aconsejaron a Pérez pasar a un segundo plano en la política canaria, aunque se asegura que en su momento encabezará la plancha electoral al Congreso de los Diputados por la provincia de La Palmas. Mas su gesto de abandono es una especie de me voy pero me quedo hasta después de las elecciones generales, con el indudable afán -esto no lo duda nadie en el PSOE- de, además de procurar la “estabilidad orgánica” de su partido, por decirlo en sus propias palabras, controlar en lo posible el proceso de primarias, influir en la elección de su candidata preferida -la ex delegada del Gobierno Carolina Darias, que competirá con el director general de Comercio y Consumo, Gustavo Matos, y, si se deciden a dar el paso, con la diputada nacional Patricia Hernández, a la que respalda el grupo de alcaldes socialistas del sur tinerfeño, y Francisca Luengo, consejera de Empleo, Industria y Comercio- y condicionar la elaboración de las listas canarias para las elecciones locales y, más tarde, las generales. Pero está por ver que disponga de poder suficiente para hacerlo, como algunos socialistas se han anticipado a subrayar.
Lo que más ha llamado la atención en la actitud de Pérez no ha sido tanto su deseo de no concurrir a las primarias, sino anunciarlo 24 horas antes de que se reuniera el Consejo Político Nacional de Coalición Canaria encargado de elegir entre los dos candidatos nacionalistas a la Presidencia del Gobierno. Y afirmar que, además de “muy meditada”, en su determinación había influido el nuevo contexto social existente, partidario de “impulsar el cambio generacional”. Todo un mensaje subliminal contra el presidente Rivero, aunque no fuera esa su intención e incluso, como se comenta, le anunciara anticipadamente -antes de la reunión de la Comisión Ejecutiva Regional del PSOE- su propósito de retirarse de la lucha electoral.
Rivero se equivocó
Por lo que se refiere a Paulino Rivero, se esperaba un gesto suyo antes de acudir a la reunión del Consejo Político Nacional, y ese gesto debía haber sido la retirada de su candidatura, para no dar lugar a ninguna votación que pudiera interpretarse como su derrota sin paliativos y la confirmación de una crisis de liderazgo al frente de la formación nacionalista. Como perro viejo de la política, con tantos años en el ejercicio del cargo y con los aires de renovación que soplan con fuerza en todos los partidos, incomprensiblemente Rivero no entendió que su renuncia a competir era lo mejor, para él mismo y para su formación política. Además, su adversario ocasional se había trabajado a conciencia la candidatura durante dos largos años de esfuerzo, viajes, entrevistas, discretos contactos con dirigentes y cualificados militantes nacionalistas, en lo que constituyó un despliegue estratégico que dio los frutos esperados.
No merecía el presidente un final así, pero él mismo lo buscó en un grave fallo predictivo que, pese a ello, no va a hacer especial daño a su partido, ya bastante dividido desde hace tiempo y con algunos brotes de corte insularista que se creían felizmente superados. No es fácil ahormar y conciliar algunos intereses no siempre coincidentes por la idiosincrasia insular; aun así, Coalición Canaria debe fortalecerse, renovar su dirigencia, escuchar más a los ciudadanos, poner al día su discurso y convertirse en un partido cohesionado, evitando desgarros -que habrían sido gravísimos de haberse producido un bloqueo o forzado nuevas votaciones en la reunión de CC del sábado- y posturas alocadas o populistas. Salvo alguna ligereza de tipo menor, el nacionalismo canario ha sido riguroso, colaborador, prudente y constitucionalista. Su trayectoria así lo acredita y esa ha sido la razón de su éxito, de ahí que ese norte debe ser siempre un referente obligado para el futuro.
Precisamente el caso del petróleo es, con independencia de las graves culpas existentes en Madrid y Barcelona, una muestra de excesos y amenazas absurdas que además perjudica a Canarias y, por lo que se ve, al mismísimo Paulino Rivero, que utilizó el asunto para tratar de fortalecerse y fortalecer a su Gobierno ante la opinión pública, aunque todo indica que va a salir mal. Y es que algunos asesores no solo hablan demasiado sino que ni siquiera deberían estar donde están porque todo lo que tocan lo contaminan y echan a perder.
El peligro de la provisionalidad
Con el mandado tasado de Rivero y Pérez y ambos en horas de retirada e innegable pérdida de confianza en sus propios partidos, se abre ahora en Canarias una etapa de incertidumbre y preocupación que CC y PSOE están obligados a clarificar cuanto antes. Son muchos, y muy graves, los asuntos que requieren de la obligada atención gubernamental, a corto y medio plazo. Desde la negociación del REF (aunque sea competencia estatal) en Bruselas a la elaboración de los próximos Presupuestos de la comunidad, pasando por la lucha contra la pobreza y el desempleo, la reforma del Estatuto, la elaboración de nuevas normas electorales, la revisión de la financiación autonómica y de algunas leyes turísticas y la culminación de urgentes obras de infraestructura en Tenerife. Además, parece conveniente rebajar la tensión con el Gobierno central y colaborar para la búsqueda de salidas razonables sobre la cuestión petrolera.
A ocho meses de las elecciones, el Gobierno no puede asentarse en la inestabilidad, la provisionalidad y la burocrática gestión del día a día. Debe cumplir previsiones y compromisos, profundizar en la solución de los grandes problemas y contar con la imprescindible y leal colaboración de los partidos que lo sostienen, sobre todo en vía parlamentaria, cuya estabilidad sería la mejor garantía para la cohesión gubernamental y el debate político de los meses venideros.
A la ciudadanía no creo que le interesen ni el adelantado clima electoral que ha quedado abierto en Canarias tras las renuncias de Pérez y Rivero, ni las batallitas partidarias, ni los enfrentamientos ocasionales, por más que el PP, con el ministro Soria a la cabeza, probablemente tratará de hacer leña de los dos dirigentes caídos en desgracia anticipada. Lo importante es la resolución de los problemas que nos afectan en un clima de concordia civil y entendimiento. El problema es que las citas pendientes del presidente Rivero -con el rey, con Rajoy, en Bruselas- no digo que se hayan descafeinado, pero carecen de fuelle suficiente y huelen a pretérito y fin de etapa.