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Luces y sombras >

Urgencia – Por Pedro H. Murillo

   

El concepto de pobreza es tan relativo como brutal. Etimológicamente nos quedaría una definición muy sucinta. Básicamente, la palabra proviene del latín y significa aquel que no produce, que no genera riqueza.

La ONG Educo lanzó esta semana unos datos que ya conocíamos por otros informes -el más demoledor data de menos de un año cuando Unicef hizo saltar todas las alarmas- en donde la tasa de pobreza infantil en Canarias está a la cabeza de la tasa de pobreza infantil en España. Nada más y nada menos que casi un 40%. Una cifra que va a la par casi con el nivel de desempleo que también supera la treintena en términos porcentuales. 

Poner negro sobre blanco que hay un 38% de menores que están en el umbral de la pobreza es fácil. Sin embargo, esconde una realidad mucho más terrible y sórdida. Cuando pensamos en pobreza infantil nos vienen a la mente esas imágenes desgarradoras del África subsahariana, con bebés hinchados por el hambre.

Ese caso es un drama humano incalculable, el teatro infernal de una sociedad dividida en donde las riquezas se reparten de forma draconiana. Eso se llama pobreza extrema. Nuestros niños no corren descalzos ni sus ombligos resaltan como botones huérfanos pero, según los informes, son pasto de la miseria.

Una pobreza que, en el mundo desarrollado en el que nos encontramos pasa porque nuestros niños consuman tres comidas al día, por disponer de verduras y frutas frescas a diario, por tener un par de zapatos, tener la oportunidad de un espacio de esparcimiento y ocio, acceso a libros de textos y juegos educativos, posibilidad de acceso a las nuevas tecnologías, tener un espacio propio íntimo y la oportunidad de celebrar festividades como cumpleaños.

Esta lista no es mía, viene recogida por organismos internacionales y forma parte de los 14 puntos por los que se barema el nivel de pobreza infantil en los países desarrollados. Informes como los confeccionados por Unicef o Educo son claros: los niños solo tienen una oportunidad. No hay vuelta atrás en esa senda marcada por la infelicidad y en un paupérrimo crecimiento físico. 

Que nuestros niños y niñas canarias no jueguen con pelotas fabricadas de platanera o lleven zapatos no es óbice para denunciar una situación escandalosa que debe ser objeto de un debate extraordinario en el Parlamento ya que estamos ante un problema mucho más sangrante y urgente que el maldito petróleo.