Me produjo una enorme impresión la muerte de Marcos Brito, don Marcos, el maestro, el alcalde de mi pueblo. Lo escribà en El DÃa y te lo reitero ahora, en esta correspondencia que mantenemos en las también acogedoras páginas del DIARIO DE AVISOS.
Me lo encontré una semana antes de su muerte, y fue inevitable rememorar ante él, aunque no lo dijéramos, los recuerdos afables de nuestros primeros encuentros, cuando él era el maestro de Punta Brava y yo era su ayudante, o su asistente, pues algunas veces me confió la tarea de entrenarme enseñando.
Él dio luego su vida a la polÃtica, pero siempre tuvo ese aire noble del maestro de escuela; no lo conocà mandando, naturalmente, asà que me resulta difÃcil imaginarlo dirigiendo plenos o dando órdenes de ese carácter, de las que tú sabes ya bastante, imagino. Asà que mi memoria de don Marcos es la que tuve sobre todo de aquel periodo de nuestras vidas, cuando él era un joven maestro y yo era un jovencÃsimo aprendiz de todo, también aprendiz de periodista; y de esas cosas uno jamás deja de ser aprendiz, ya sabes.
Ya conoces lo que pasa con la infancia y con la adolescencia, que jamás cesa, que sigue viviendo en nosotros, y transmite la gratitud de lo que nos enseñaron hasta el final de nuestras vidas, porque jamás dejamos de ser niños aprendiendo. En el colegio público de La Vera, donde nos encontramos por última vez don Marcos y yo, ante muchÃsimos muchachos que empiezan a estudiar, hablamos de la alegrÃa de saber. Ese es el don de los maestros, la alegrÃa de enseñar. En esa condición conocà a Marcos, y esa es la raÃz de mi gratitud al maestro, al alcalde, que nos acaba de dejar.