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La catarsis de ‘El Intérprete’ – Por José David Santos

   

Un amigo le dijo a una amiga, tras ver El Intérprete, que fuera al teatro, que, literalmente, no dejara pasar una oportunidad así. Y es que las tablas del Guimerá acogieron el viernes y el sábado algo único, difícil de trasladar a través de unas palabras que siempre se van a quedar cortas, porque lo que consigue Asier Etxeandia con su espectáculo es la catarsis; él trasciende y el público se cuela en esa habitación de un niño de nueve años que, sabiéndose diferente, se refugia en la música. Sus amigos invisibles, el público, termina acogiendo al actor, al cantante, al intérprete como algo propio, con aristas emocionales que nos cortan a todos como la soledad, la melancolía, la alegría o el placer que se convierten en lazos que atan, que seducen, que hacen que a la salida del teatro sientas que no solo has visto o escuchado, sino que te han hecho partícipe de algo extraordinario.
Evidentemente, se trata de sensaciones propias, pero dudo que, vista la reacción en las butacas, no haya quien no sintiera en los primeros cinco minutos del espectáculo un nudo en la boca del estómago o se le erizaran los vellos de la nuca. Y sí, Asier canta, baila, interpreta, se entrega sin condiciones, logra que, por momentos, todo el universo se concentre alrededor suyo, pero, además, nos lanza mensajes, nos invita desde los recuerdos, la pérdida, la risa, la diversión o el olvido a vivir más alegres, a ser lo que queramos ser. De ahí los bailes, las coreografías de una sala abarrotada, el correr del tequila, los silencios emocionados. “Defiende tu sombrero por muy ridículo que parezca” es uno de los axiomas que Etxeandia lanza a sus amigos invisibles y lo hace no solo de palabra, sino con un despliegue físico e interpretativo descomunal. Sin tregua, desatado sin matices, como si fuera la primera o última actuación de su vida y, a través de su voz rota, emocionando al cantar rancheras, temas propios o de Bowie, Janis Joplin, Gardel o Talking Heads por poner solo unos ejemplos. La variedad, como la imaginación del niño que hace de anfitrión, es admirable y no solo en la elección de las canciones que son el corpus de la ¿obra?, sino que el Etxeandia actor se apropia del cantante, del pequeño Asier, de sus miedos, sueños y frustraciones. Impresiona.

Tras un par de días, y no sé si, en parte, era la intención de El Intérprete, y más allá del show, de las canciones, de los picos de emoción, de la catarsis, creo que Etxeandia me ha dejado un poso de optimismo; un eco de esperanza para que luchemos, aunque sea doloroso, por lo que deseamos; un regusto agridulce sobre la necesidad de creer en los sueños y el ser humano por su capacidad de construir cosas bellas como la música o el teatro. Quien tenga la oportunidad, que acuda a la llamada de El Intérprete porque como le oí decir al propio Etxeandia: “La felicidad es un teatro lleno”.