Lo que me gustó del Tenerife el domingo pasado, en su encuentro con la Unión Deportiva Las Palmas, no tiene que ver tan solo con el resultado, que fue muy justo, querido Juan Manuel, sino el momento que siguió al primer gol del partido, que fue grancanario. Esa reacción del equipo representativo de la capital y de la isla fue modélica y deberÃa ser tomada como paradigma del fútbol y de la vida, no sé si compartes mi opinión. Los humanos (y los humanos isleños sobre todo) somos muy dados a considerar que una vez pierdes ya perdiste para siempre, por lo cual se produce la sensación de que en seguida que recibes un golpe (en este caso un gol) ya estás herido de muerte y de ese trance, como dice la canción, ya no vas a levantarte. Pues el Tenerife se levantó admirablemente, encajó con elegancia y orgullo el tanto y se dispuso a hacer algo que también falta en la vida (y en la vida polÃtica, de la que ahora tanto sabes). En primer lugar, en vez de situarse en el lÃmite de su pesimismo, que le hubiera llevado a atacar alocadamente al contrario, templó el tiempo que tenÃa por delante, reorganizó sus lÃneas, oteó todas las posibilidades y no se arriesgó innecesariamente a aventuras que le hubieran supuesto un tremendo boquete en sus defensas. Ese orden que el preparador técnico del equipo impuso en sus lÃneas dio el fruto apetecido por el Tenerife, asà que pronto empató y luego marcó otro gol que la afición recibió como un milagro cuando no era otra cosa que la consecuencia de la lógica sentimental y futbolÃstica con la que se comportó cada uno de los jugadores. Esa tesis que el Tenerife adoptó para afrontar este derby nos da lecciones a todos, los que amamos el fútbol y los que no lo aman, los que se sirven de la realidad para convertirla en metáfora y de los que tienen prisa para ir ahuyentando la primera sensación de la derrota. No sé qué opinas, pero a mi este partido y su planteamiento me han dado mucho que pensar.