X
soliloquio>

Monipodio y sus secuaces – Por Ramiro Cuende

   

No conocí a Monipodio, cuando me acuerdo de su existencia, es la del personaje de aquel maravilloso libro, el artista principal del patio, de Cervantes en el que adoctrinaba sobre toda clase de torticeras erudiciones, artimañismos, y troleras conductas, todas ellas con la golfa finalidad de robar mordiendo, a la vez que soplando. Para que no se nos olvide, un monipodio es un convenio de personas que se asocian y confabulan para fines ilícitos. Este país al que admiro por su singularidad, variedad y gastronomía, está haciendo una exhibición de golfería, si bien esta existe por todo el planeta, a diestra y siniestra. Lo que sorprende es que en España el control de esta desatada pillería -de pillar, blanquear, paraisear…-, ha sido muy débil, lo que les ha permitido disfrutar en una rara licitud, por no decir la permisividad de unos, y, el aplauso de otros. Tanto por la clase política, como por la judicial. El legislativo obra en la línea de sus correspondientes partidos políticos que son a quien pertenecen sus nominados. Los unos a base de pases toreros y mucha dejadez, y los otros mirando de reojo y siendo extrañamente participados por los primeros. Se me vienen cada vez más caras a la cara. Parece ser, a las pruebas me remito, que de poco tiempo a esta parte el poder judicial está desempolvándose, dicho sea de paso, con el mayor de mis respetos. Digamos así, dando un paso al frente y sacudiéndose la toga de toda la vida de algún que otro malentendido. Por poner un ejemplo de mucho calado, me remito a las reciente palabras del presidente del Tribunal Supremo y del CGPJ, don Carlos Lesmes, en el seno de La Razón, ¡toma!, donde dijo que la actual ley procesal está “pensada para el robagallinas, no para el gran defraudador”, y que ello supone una gran traba para la lucha contra la corrupción. Además dijo “si la Justicia no funciona, no hay regeneración democrática”, ahí es nada. Esto de las tarjetas consuetudinarias para gastar a troche y moche es una invención de uno de los señoritos monipodios más de moda, el amigovio o follamigo de una elegante dama, que como regalo o trofeo de caza le regaló a Miguel Monipodio la cabeza cornúpeta de su, hoy supongo, exmarido para colgarla en el salón de cuernos de alguna de sus villanías. La cosa da para rato. La sociedad necesita referencias morales a las que admirar y respetar; principios éticos que reconocer y observar; valores cívicos que preservar y fomentar ¿le suena? Felipe VI.