Volvemos a hablar sobre Puerto de la Cruz, querido Juan, pero en esta ocasión atendiendo a razones muy diferentes. Lo que hace siete dÃas era jolgorio, con el homenaje que el lugar de tu niñez te dispensó, hoy se vuelve luto por la desaparición repentina de un polÃtico de largo aliento, Marcos Brito, quien, lo sé a través de esta emocionada misiva tuya, antes fue maestro en Punta Brava. El fallecimiento del alcalde portuense ha desatado la lógica consternación en la ciudad turÃstica, y no sólo por lo inesperado del mismo. La condición de alcalde confiere a quien lo ostenta una condición muy particular, porque ser el primero de los vecinos obliga a mucho; a vivir intensamente y, en las ocasiones más tristes -hoy hablamos sobre Marcos, hace meses sobre el gran Iñaki Azkuna-, también a morir con las botas puestas. Brito fue uno de esos gobernantes de primera hora en nuestra transición polÃtica, personas que vivieron diferentes etapas de la vida municipal, en el gobierno o en la oposición, sin perder nunca el fuego apasionado del inicio, esa vocación incubada en el afán por mejorar las cosas y también, por qué no, ostentar el mando, porque no hay polÃtica posible sin una ambición que la alimente. La crónica de Gabriela Gulesserian en estas páginas alude al estupor provocado por esta muerte inesperada. El Puerto, que ya está acostumbrado a vivir apasionadamente, pierde a su alcalde en un momento difÃcil y al mismo tiempo ilusionante, pues los tiempos de dificultad, y Marcos Brito vivió varios de ellos, también sientan las bases de un mejor porvenir. Quiero expresar mi condolencia a todos los ciudadanos de Puerto de la Cruz, y también a mis compañeros de este amado municipio, asà como, por supuesto, a la familia de este polÃtico que coleccionó a lo largo de décadas amigos y adversarios, seguramente porque tenÃa la valiosa cualidad de no dejar indiferente a nadie. El pasado viernes me senté a su lado en una reunión celebrada en el Cabildo. Hoy tengo que pronunciar un sencillo descanse en paz.