Estamos en mitad de un debate a la altura de este país, donde todo el año es miércoles de ceniza. Las palabras claves son la culpa y la responsabilidad. Colectivos profesionales de la sanidad lanzan acusaciones. No han recibido suficiente formación para enfrentarse al virus del ébola, los materiales son deficientes, faltan medios… Un individuo vestido de consejero de Sanidad de Madrid afirma que la culpable es la víctima y se queda el tipo, tras la indecencia, más ancho que Castilla. Los partidos de la oposición acusan al Gobierno. El Gobierno acusa a la oposición. Las culpas van y vienen como escupitajos. Desde la ministra que no se entera de nada hasta los enfermeros, los médicos o los trajes de aislamiento. Todo sirve de material para la gran hoguera. Culpas. Culpables. Y es que antes del ébola a España la invadió un virus que no acaba con la vida de los seres humanos sino con su cerebro. El virus de la irresponsabilidad. Del encono. Del fanatismo. Es en España donde se cuenta el chiste del mejor amante del mundo. Un tipo enclenque, bajito y feo, al que enfrentan a cien hermosas mujeres en el escenario de la arena de una plaza de toros y ante miles de espectadores. Empieza el amante su exhibición mientras la gente observa. Cuando lleva al orgasmo a las primeras cincuenta mujeres una gran ovación rompe el silencio. Cuando llega a setenta, el público puesto en pie le aclama. A la noventa y nueve, la plaza es un delirio que no cesa. El amante, tambaleándose, llega a la mujer número cien. Cae de rodillas ante ella, exhausto, y confiesa: “¡No puedo más!”. Y miles de gargantas comienzan a gritar: “¡Impotenteeeee!”.
Eso es España.