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El tiempo de los asesinos – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

Desde el más culto al menos ilustrado, que no tiene por qué ser el más simple. Desde el teólogo hasta el más declarado ateo. A todos resulta accesible la parábola de Jesús que hoy nos ofrece el evangelio en todos los templos. Es aquella del dueño de una viña que, tras mimar su plantación y disponerlo todo para que el encargado estuviese a gusto, arrienda sus cultivos y parte de viaje. Se separa físicamente de sus tierras, pero su viña sigue ocupando el centro de su corazón. Por eso envía a sus sirvientes para comprobar su estado. Pero, como en las malas películas, nada se supo nunca más de aquellos que fueron enviados. Ni una noticia sobre la plantación. Y así, día tras día. Cuando la ausencia se hizo insoportable, el dueño envió a su propio hijo con la esperanza de que al menos respetarían al heredero. Sin embargo, la suerte del vástago fue peor aún que la de los sirvientes. Los labradores lo mataron con la esperanza de quedarse definitivamente con lo que no les pertenecía. Con palabras sencillas, casi pensadas para mantener la atención de un niño inquieto, Jesús ofrece, nos sigue ofreciendo, su propia visión de lo que es el mundo: un terreno fértil, el mejor de los sueños que Dios tuvo nunca, entregado a los hombres para que lo hicieran prosperar. Una viña generosa es la Humanidad, violentada ahora como antes por aquellos pocos labradores repugnantes que sólo buscan el propio beneficio. A esos inmundos poco les importan los avisos de quienes vienen de parte del dueño de la vida. Es más, al hijo del dueño pronto lo mataron, y lo siguen liquidando cada vez que alza la voz para invocar el proyecto de Dios. Es el tiempo de los asesinos. Todavía despliegan sus garras quienes pretenden convertir la Tierra en su coto privado. Han cambiado de armas: ahora nos son palos y piedras, sino ingeniería financiera, tráfico de personas, extorsión, corruptelas, operaciones bancarias, tarjetas en negro, promesas sin futuro al calor del populismo más roñoso “Y ahora, ¿qué?”, les pregunta Jesús a quienes le escuchaban embelesados. “Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos”, se duele el profeta. Pero no todo está perdido. La viña del Señor de la Tierra, la Humanidad en sus mejores frutos, guarda en sí misma la solución contra los nauseabundos manejos de los que prefieren la noche. Es más: la viña es la solución misma; somos todos la solución a los dolores de este mundo tambaleante. Cada vez que alguien se levanta para defender los derechos de la viña, cada uno de los que cuidan sus brotes, son la solución. Ni siquiera este tiempo de los asesinos es razón suficiente para perder la esperanza. Nos toca a los creyentes unirnos a todos los hombres y mujeres de buena voluntad para levantar las vallas que protegen a los hijos de Dios de los embates de los miserables. Es tiempo de sacar a la luz sus manejos. Es tiempo, sobre todo, de no participar ni de lejos de sus malas artes. El fin sólo justifica a los necios. Si no fuera así, este tiempo de desengaños sería insoportable.

@karmelojph