Tras un año de trabajos, la evaluación bancaria sobre los 130 mayores bancos europeos finalizó el pasado domingo con la publicación de los resultados por parte del Banco Central Europeo (BCE) y la Autoridad Bancaria Europea (ABE). La reputación del BCE en este terreno es un elemento central de la operación, toda vez que de las anteriores pruebas de resistencia bancaria en Europa se desprendió una enorme desconfianza sobre quien las practicaba: en 2010, el Comité Europeo de Supervisores Bancarios examinó a 91 entidades, y entre las aprobadas estaban las irlandesas y españolas que hubieron de ser rescatadas meses después. Hubo que repetirlas, pero nadie se las creyó tampoco.
El análisis exhaustivo que el supervisor único bancario publicó el domingo es un ejercicio de transparencia sin precedentes para el sector financiero europeo. Atrás quedaron aquellas pruebas supuestamente exhaustivas que acabaron causando más rubor que tranquilidad en el continente.
La prueba comprendía dos partes: la revisión de los activos al cierre de 2013 y las pruebas de estrés en el horizonte 2014 a 2016. El resultado de la segunda, que concentraba el mayor interés, señala a 25 entidades europeas con necesidades de 25.000 millones de euros de capital en el escenario adverso. Destaca la fuerte presencia de entidades italianas entre los “suspensos”, así como la ausencia de entidades españolas. Éstas se benefician del importante esfuerzo de saneamiento llevado a cabo tras el rescate bancario de 2012. Pero más importante aún era la primera parte de la prueba: la revisión de la calidad de los activos (AQR por sus siglas en inglés), que pretendía homogeneizar criterios de clasificación de activos, y sobre todo determinar cuándo debían ser objeto de saneamiento. Con esta prueba se disipan las incertidumbres sobre los balances bancarios: en ellos no quedan activos basura. Para España, la casi nula repercusión del AQR es más importante aún que el aprobado general en la segunda parte de la prueba.
El mérito no cabe atribuirselo a la banca, sino al contribuyente español. La reestructuración bancaria ha costado a los ciudadanos (por ahora) 104.000 millones de euros, y 8.000 millones a la propia banca a través del Fondo de Garantía de Depósitos.
Los contribuyentes hemos aportado 54.000 millones de forma directa que se han empleado en recapitalizar a las cajas quebradas por la mala gestión de nuestros políticos y agentes sociales, y 50.000 millones en forma de deuda pública que se han emitido para que la SAREB se haga cargo de las viviendas adjudicadas, y que deberemos pagar en los próximos años. No todo es, sin embargo, positivo para la banca española. El análisis del BCE evidencia un déficit de provisiones de 1.747 millones de euros concentrado en créditos a grandes empresas. La homogeneización de los criterios para todos los países de la eurozona ha obligado a los bancos españoles a incluir provisiones colectivas, que cubren las potenciales pérdidas en créditos actualmente al corriente de pago. Estas correcciones en España se concentran en los créditos a las grandes empresas y reflejan la preocupación porque puedan en algún momento incurrir en impago. Pero se trata de correcciones menores si se compara con las dudas surgidas en torno a la banca de otros países, de mucha mayor cuantía. En general, el balance contable de nuestras entidades financieras es veraz y realista.
Grecia, Irlanda, Chipre y Portugal
Como se esperaba, la banca de Grecia, Irlanda, Chipre y Portugal no sale muy bien parada. Suspenden tres de los cuatro bancos griegos analizados; los tres chipriotas; uno de los irlandeses; y uno de los portugueses, aunque otro, el Banco Espirito Santo (BES), fue intervenido este verano precisamente porque al pasar el AQR se revelaron sus deficiencias. Pero Italia se ha convertido en la gran perdedora del test, con nueve bancos suspendidos por necesidades de capital. El foco de los mercados se traslada a Italia, a la que le hubiera venido bien un rescate bancario a la española porque le resultará arduo remontar el vuelo por sí sola en una coyuntura económica delicada como la actual. Es uno de los países donde la necesidad de reestructuración era evidente y, sin embargo, se ha obviado. Pero hay otro plano, más técnico, en el que Alemania acapara también parte de ese foco de incómoda luz, y es que hasta siete bancos alemanes se encuentran entre los 15 que obtienen apenas un aprobado raspado. Y eso que Alemania logró eximir a sus cajas, tan podridas como las españolas, del análisis. La banca alemana no está bien y tan sólo una economía fuerte y una resistencia política habían ocultado (hasta ahora) esas debilidades. De cara a la galería parecen aprobados, pero los inversores no van a pasar por alto los raspadillos. Al tiempo.
Sólo los bancos fuertes son capaces de dar crédito, y la evaluación ha identificado las debilidades de los balances bancarios, lo que permite subsanarlas, además de impulsar a las entidades a fortalecerse para salir airosas.
Los exámenes no son la panacea, sino un importante paso en el camino para restaurar la confianza en los bancos europeos. Ahora ya solo queda esperar a que esa credibilidad facilite el tránsito a la siguiente fase: la restauración del flujo de crédito. Lástima que lo real sigue desacompasado respecto de lo financiero. Ahora que se gana en estabilidad bancaria, la macroeconomía europea se tambalea. El canal de transmisión sigue averiado.
José Viñals, responsable del área financiera del Fondo Monetario Internacional, lo resumió como acostumbra en una sola frase: los bancos europeos son “como un paciente al que el médico le dice que ya no está enfermo, pero que es un atleta y tiene que correr un maratón, y que para eso no está recuperado del todo”. El problema es que la economía europea está anémica y no tiene tiempo que perder.