Ha muerto la más noble entre los nobles del mundo -poseía casi medio centenar de títulos y era 18 veces grande de España-, la dueña de una fortuna y un patrimonio artístico incalculables, una anciana de 88 años popular, generosa, de visión juvenil y espíritu transgresor. Una mujer que, como expresión de libertad e independencia, exprimió intensamente su trayectoria vital -marcada por tres matrimonios y seis hijos- y consiguió todo lo que se propuso “a base de luchar y pelear por ello”, como reconoce en su libro de memorias Yo, Cayetana, publicado después de casarse en 2011 con Alfonso Díez, su tercer marido, un modesto funcionario 24 años más joven que ella. Viajera empedernida, excéntrica, políglota y enamorada y coleccionista de las bellas artes, la duquesa de Alba era un verso suelto de la aristocracia: no quiso ataduras e inhibiciones ni aceptó los convencionalismos sociales. María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, su verdadero nombre, era un personaje imprescindible en la prensa del corazón “que vivió como sintió”, según el epitafio que habrá ante sus restos mortales. En sus memorias reconoce que ha dado mucho amor, “pero también lo he recibido”, y añade que “nunca es tarde para ser feliz”. Madrileña de nacimiento pero sevillana hasta las cachas, de hecho era Hija Adoptiva y tiene una plaza dedicada a su nombre en la capital hispalense, por la que sentía verdadera pasión porque -afirmaba- “es lo primero después de mi familia”. Como sevillana de pro, amaba el flamenco y los toros y era seguidora del Betis. Guardo un grato recuerdo personal de esta aristócrata cuando la visité en el Palacio de Liria, la residencia de los Alba en la céntrica calle de la Princesa de Madrid, a mediados de 1971, acompañando al director de Europa Press, Antonio Herrero. Queríamos agradecerle las facilidades que nos había dado para la preparación de un serial de reportajes sobre la familia Alba, su vinculación monárquica y sus propiedades más conocidas. Atenta, simpática, campechana, sin protocolos ni distancias, nos recibió en una sala llena de obras de arte y nos trató como si nos conociera de toda la vida. Nos regaló unas declaraciones que completaban otras anteriores y brindó con nosotros, con una copa de vino, por el éxito del serial periodístico.