MARTÍN -TRAVIESO | Santa Cruz de Tenerife
El fútbol no es justo, como ayer quedó de manifiesto en el Heliodoro. La apuesta rácana y ultra defensiva del Alavés no encontró el castigo que merecía: la derrota. Sin embargo solo hay un culpable de esto y ese es el propio CD Tenerife, que tiró a la basura 60 minutos de partido. Solo a raíz de la expulsión de Medina se vio como los blanquiazules arrollaban a un rival que se había adelantado en el marcador tras un tiro lejano de Ion Vélez en el que colabora Roberto. Falla una vez más el portero (¿cuántas van ya?. Menos mal que Ifrán está en estado de gracia y pudo empatar un encuentro que se había puesto muy cuesta arriba a los locales.
Si solo analizamos las estadísticas, los números del duelo, claramente el Tenerife se mereció cosechar una victoria por dos o tres goles de diferencia. Estrelló dos balones en la madera de Manu Fernández; lanzó 12 saques de esquina y su oponente ninguno; y acumuló muchísimas más ocasiones que el equipo vasco. No obstante todo eso no fue suficiente para batir a los alavesistas.
El inicio del enfrentamiento fue lento, carente de intensidad, pesado y cargado de interrupciones. Solo alguna acción aislada sacaba del sopor a la afición tinerfeña. Por ejemplo la que tuvo Carlos Ruiz cuando no se había cumplido el minuto 10. Pase atrás de Moyano y el defensa de Baza, desde la frontal, lanza con mucha intención al palo izquierdo del portero. Solo la madera impidió que el balón entrase.
Fue esa una llegada clara, pero también aislada. Los alavesistas cerraban sus líneas correctamente y taponaba la salida del balón blanquiazul. Es por eso que en más de una ocasión Suso, Ricardo y Cristo intercambiaban bandas y posiciones para abrir una lata que ofrecía mucha resistencia.
Lo que nadie podía sospechar era que fueron los albiazules los primeros en adelantarse en el marcador. En una jugada aislada, Ion Vélez galopó hasta la frontal del área y desde ahí conectó un disparo sin demasiada potencia y en apariencia fácil de detener para cualquier portero. Para cualquiera menos para Roberto, que por enésima vez cometió un fallo garrafal, indigno de un portero de categoría profesional. El de Icod se tiró tarde y mal, a pesar de tener mucho tiempo para tomar la decisión correcta. Así entró un balón que dejaba desconcertado a la grada. Pitos y lamentaciones en una hinchada que no salía de su asombro.
Los de Vitoria se encontraron con el obsequio que les hizo Roberto y eso reforzó su planteamiento centrado en la defensa. Mientras, al Tenerife le costó sobreponerse. De hecho, no lo logró hasta bien entrada la segunda parte.
Cervera detecto que el camino por el que transitaba su equipo no era el correcto y realizó su primer cambio nada más reanudarse el partido. Para asombro generalizado, retiró del campo a Hugo Álvarez, un central, para dar entrada a Aridane, un delantero. Pasó Vitolo al eje de la zaga, perdiendo músculo así el Tenerife en la medular. La apuesta tenía sus riesgos.
La jugada que cambió el partido llegó a falta de media hora para el final del encuentro. Unai Medina fue expulsado por doble tarjeta amarilla, lo que se tradujo en un bochornoso repliegue del Alavés. Los vascos decidieron en ese momento que su única misión era aguantar como fuera el marcador que injustamente les favorecía.
El Tenerife decidió echar el resto de la carne en la parrilla y buscar el empate, ahora sí, con todo. Un Tenerife mucho más incisivo marcó el tanto del empate cuando restaban 13 minutos para el pitido final. Un hiperactivo Suso observó a su socio en el ataque en buena posición para marcar. Ifrán, con infinita paciencia, logró convertir en el tanto del empate. Por fin en el marcador se hacía justicia.
Pero incluso había tiempo para más, para darle la vuelta al marcador. Cervera se dio cuenta y metió en el campo a Uli, quien protagonizó varias acciones de mérito. También se acercó al gol Carlos Ruiz, con un balón dentro del área que detuvo Manu.
Pero la ocasión más clara fue para el omnipresente Ifrán, quien dribló al portero visitante y lanzó con la zurda para que el balón se estrellase de nuevo en el palo. La desolación inundó el Heliodoro, que veía que se le escapaba a su equipo tres puntos más que merecidos.