Hay polÃticos buenos, interesantes, honestos, igual que hay periodistas que ofrecen iguales garantÃas. Hay otros polÃticos y periodistas cuyo comportamiento no nos ofrece la sensación de credibilidad. Por sus hechos o por su lenguaje corporal, por lo que no dicen, o por cómo callan. Es decir, querido Juan Manuel, tanto en tu oficio actual como en el nuestro de siempre hay de todo como en botica. Yo expresé el otro dÃa mi incredulidad ante lo que dijo un conocido polÃtico extremeño acerca de sus ya famosos viajes a Tenerife. A partir de entonces un buen amigo común ha debatido conmigo en privado, y con la elegancia que lo caracteriza, acerca de mi concepto de la incredulidad. En este caso, la incredulidad no prejuzga; es tan solo una reacción casi quÃmica ante lo que uno escucha. No señala maldad intrÃnseca en los hechos que el otro, el polÃtico extremeño, ha desgranado, la verdad es que insuficientemente, ante los periodistas, en una huida hacia delante que ahora incluye la venta del palacio en el que reside la sede institucional de su empleo, para demostrar la austeridad que le han puesto en entredicho. Ni asà me lo creo, asà que no me creo que le crean, pues observo en su propio partido igual incredulidad ante la posibilidad de que alguna vez, aunque no tenga culpa, aunque resulte a la postre ser el ser más decente del mundo, yo mismo le crea. Pero esto no significa otra cosa que mi incredulidad, no prejuzga, ni por supuesto juzga, pero siempre le digo a este amigo con quien discuto que la incredulidad no es un defecto que cae sobre el señor extremeño. El defecto es mÃo, ¿no te parece?