Al regresar de mi viaje, lo primero que veo y oigo, es que hay más mierda en el mundo político y que todo da asco, que esto ha llegado a su fin, que el sistema actual hace agua por todos los lados y por los tres puntos que han de sustentar ese importante canon que sostiene la vida en democracia: la separación de poderes, como basa del equilibrio democrático.
¿Cómo somos capaces de decir que la Constitución del 78 tiene rasgos de democracia? Donde no hay separación de poderes, no hay vida en democracia, se adorne como se adorne y se nos quiera vender. Una vez más, una ley de transparencia y contra la corrupción, cuando la corrupción son ellos. Ellos son los que han de abandonar las instituciones y presentar como alternativa su irrevocable renuncia a esa mamandurria que les tiene viviendo de espalda a la realidad social. Cuando hablo de ellos son pocos los que se pueden librar, pues saben y conocen las andanzas de sus compañeros. Ocultar las fechorías de estos trileros también te convierte en igual o, incluso, en peor. Entiendo que ha llegado el momento de decir, basta ya. Decía Aristóteles que “el hombre es un animal político” y así entiendo yo que debemos de comportarnos. Por eso no digo fuera la política, sino fuera los actuales políticos. Por “higiene democrática”, los que están no nos valen. La política es totalmente necesaria y participar de ella nos debe dignificar y no avergonzarnos.
Unas Cortes Constituyentes son un borrón y cuenta nueva. La Constitución del 78 está agotada, o mejor dicho nos nació agotada. El sistema político actual no tiene sentido. El sistema electoral pasa por listas abiertas, la segunda vuelta es necesaria con el fin de ser el ciudadano votante, el que decida quien le gobierna. Los votos en blanco deben formar parte del hemiciclo; queremos ver las sillas en blanco. La monarquía es una institución obsoleta y caduca. Hoy ya no tiene sentido seguir manteniéndola y mucho menos con los precedentes que nos confirma su historia. La crisis que dicen que azota a Europa del sur es una crisis sistémica pero también inventada por los mandatarios neoliberales. En España hay que unirle el ladrillo y su burbuja corrupta, sin olvidar el 3% de todo el territorio nacional, y no solo en Catalunya.
Poner fin a la corruptela es misión primordial de los jueces. Poner ante ellos a los corruptos es cometido del Gobierno. Pero cuando la supuesta corrupción está en la parte más alta del Gobierno, ha llegado el momento de cambiar el rumbo, de empezar de nuevo, de gritar muy alto: “¡Cortes Constituyentes, ya!”.