SerÃa posible y, con toda seguridad, oportuno disponer con vocación y orden, con cadencia argumental, las penúltimas visiones de Cristóbal Garrido, expuestas en el CÃrculo XII y que, de entrada y salida, constituyen alcances técnicos de difÃcil emulación en el panorama artÃstico de Canarias. En esa acción, y al gusto y manera de cada espectador, podrÃamos empezar por el mar, y los elementos del mar, las modestas lanchas alineadas, dispuestas para la faena, el viaje a cualquier parte o, tal vez, ancladas en el descanso y el olvido. En cualquier caso, Toba nos lleva a la cotidianidad humilde de la isla (la isla en singular que son todas las islas).
Lineales o en ascensión, protegidos por funcionalidad o valor o, directamente, sin destino, transportes de agua y tierra; barcas y coches emergen de la cobertura o protección de la lona o del hacinamiento de las cosas en desuso, de la chatarra doméstica que devuelve el recuerdo y la ternura de la belleza ajada. Después vienen las casas -los rostros y los rictus de las casas- que guardan curiosa similitud con los hombres que las habitan, o habitaron. La vitalidad sonora de los frontis urbanos -las fábricas animadas por las tendederas y la ropa oreada al sol y al aire- amplÃa las referencias arquitectónicas y culturales a los territorios del sur, a las ciudades litorales que ventilan sus vivencias y secretos con inocencia y descaro. Los ajuares pobres, misturados en el pulso de la necesidad y los productos de la dieta elemental de cuanto el huerto procura; unos y otros rematados por secciones geométricas y radiantes proyecciones cromáticas (que evocan antiguas recreaciones académicas) que, además de conservar la temperatura del color, significan un guiño cómplice a la modernidad. Las naturalezas muertas, o ausentes, los botellones plásticos vacÃos, las latas de pintura y las herramientas puntuales que aguardan una oportunidad difÃcil, tal vez imposible.
Y como vÃnculos gozosos de tan entrañable y familiar inventario, esbeltos tajinastes y suntuosas capas de la reina, un alarde prodigioso de color que suma la sensualidad a sus virtudes de eximio dibujante; e, incluso, el atrabiliario complemento de armaduras, puzles de un pasado ajeno donde el metal remeda telas gloriosas del mejor barroco. Supone un ameno e instructivo ejercicio de relación -el arte siempre fue eso- conciliar, o casar si quieren, la variedad de asuntos en una sÃntesis que, de modo directo o tangencial, por afinidad u oposición, construyó Garrido como historia de todos nosotros.