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La desidia del isleño – Por Ylka Tapia

   

Un rasgo común de los isleños es su profundo vínculo con el mar. Este último es, además y para unos cuantos, un muro infranqueable, una suerte de salvaguarda para la resignación. Porque ¿cuántos canarios son incapaces de abandonar esta tierra de belleza y, a su vez, desidia social? No se van porque pesan más las excusas que disimulan los miedos y, para qué negarlo, es fácil apegarse a esta orografía maltratada arquitectónicamente por la ineptitud política: que si un Mamotreto; un hotel en Añaza a medio acabar; zonas históricas de la capital sucias; jóvenes que ni estudian ni trabajan… Cabe preguntarse, de igual modo, cuántos de esos “ciudadanos”, que utilizan los barrancos o solares abandonados como vertederos particulares, recibieron clases de educación cívica. La respuesta: ninguno.

La riqueza marina requiere de protección constante, no solo por la fragilidad de su ecosistema, sino también por la insensibilidad de los habitantes a los que circunda. Es vergonzosa la cantidad de porquería que se tira en las playas -en esta ocasión no me refiero a los turistas- y que, por consiguiente, es arrastrada y acumulada en el fondo del océano o distribuida mediante las corrientes marinas. Estas últimas ponen en grave riesgo especies en peligro de extinción como la tortuga verde, que confunde las anillas de plástico de las latas con comida, sin contar con la inconsciencia de quienes pilotan embarcaciones que las asustan o trituran bajo sus hélices.

Porque cuando tienes la oportunidad de hacer una inmersión acuática -recomendable la profesionalidad del club MadHouse Diving en Radazul- y descubres su asombrosa fauna y flora, te preguntas hasta qué punto debemos permitir que las prospecciones petrolíferas pongan en juego su paisaje. Aunque en este caso estoy segura de que no es la mencionada desidia o falta de civismo, sino el sonido de los euros que ensordece a quienes nos “representan”.

@Malalua