Si es que luego por ahà fuera se rÃen -o descojonan, con perdón- de nosotros -entiéndase nosotros como este paÃs, estado, nación o como se llame o lo quieran llamar; y por ahÃ, leáse, fundamentalmente, Unión Europea-. La consulta no consulta, la consulta alternativa, el remedo de consulta o una macroencuesta pública -o lo que diablos vaya a ocurrir o no ocurrir mañana en Cataluña, todavÃa queda margen para la sorpresa- es algo digno de un excitante sainete decimonónico, en el que los actores polÃticos implicados se están luciendo con sus jocosas cabriolas mesiánicas de última hora y en el juego de pues ahora, yo más que tú, que te vas a enterar. Las posiciones encontradas no ayudan nada -aquà y en Plutón, por poner un sitio un pelÃn más lejos-; es decir, ni por los cullons de unos ni por la miopÃa cerril de otros. Lo lamentable de todo es que se llegue a situaciones rocambolescas; de un lado, con pulsos al estado de derecho (nos guste o no, nos regimos por unas leyes que si queremos cambiarlas, pues cambiémoslas, pero entre todos) y con amagos o atisbos a la desobediencia civil institucional (lo que resultarÃa curioso como comportamiento dentro de las aspiraciones de determinados partidos de gobernar un hipotético estado independiente catalán); de otro, con el inmovilismo más arduo y sectario. Por supuesto, las urnas saldrán a la calle porque al final se va a delegar la iniciativa en entidades ciudadanas, vamos, lo que ya se ha hecho con anterioridad de manera simbólica en algunos municipios, y todos quedarán más o menos contentos, pero la madre del cordero seguirá ahà larvada si no se aborda de una vez por todas con buenas dosis de seriedad, mano izquierda, consenso, sentido común y altura polÃtica. La reforma constitucional clama al cielo -en cuestiones territoriales y en otras, a mi juicio, bastante más importantes- por mucho que a algunos no les guste tocarla -lo cual resulta un absurdo casi 36 años después de aprobarse- o consideren que ya es muy tarde, según venga de las posturas más recalcitrantes en ambos extremos. Es hora de enfrentarse al problema e intentar articular puentes de entendimiento lo más reales y posibilistas y cotejar otras vÃas, máxime sabiendo el segundo paso que viene: la convocatoria de elecciones con claro cariz plebiscitario. Esperemos que después de tanto despropósito acumulado predomine de una vez por todas la sensatez, aunque sea un atisbo.