A veces uno se pregunta cómo se escudriñan la sesera algunos guionistas para componer un tema mil veces tratado, cuando el material histórico que tienen ante sí es tan interesante que no hace falta hacer cabriolas ni incidir más allá de los hechos ciertos, sobre todo si estos no se han macerado lo suficiente. Me refiero en esta ocasión a la enésima película que llega a la gran pantalla sobre el padre y señor de todos los chupasangres conocidos y por conocer, es decir, el ínclito Drácula, que se presenta esta vez en un filme que lleva el pomposo y autosuficiente subtítulo de “la leyenda jamás contada”, y que toma como referencia la vida de Vlad III, para los amigos Vlad Tepes (el Empalador). La trayectoria de este príncipe rumano del siglo XV, azote de los turcos -y de quienes se pusieran por delante-, al que el escritor irlandés Bram Stoker le hizo crecer los colmillos y lo convirtió en un vampiro inmortal, es lo suficientemente cinematográfica para que se la despoje de la fantasía y de las leyendas que han moldeado la, por otra parte, sádica figura y el sanguinario y abyecto comportamiento de Vlad III, por lo demás, algo propio de la época en un territorio fronterizo europeo sometido a la presión de las huestes de la Sublime Puerta.
Hasta la fecha, al menos hasta donde uno sabe, sólo se ha rodado un filme biográfico del mandatario de Valaquia -considerado un héroe en los Cárpatos-, titulado precisamente Vlad Tepes (1979), de nacionalidad rumana. Sin embargo, su imagen sí que se ha azuzado y deformado partiendo desde el punto de vista que retrata Stoker en su novela, y que llega a su sublimación en el excelso Drácula de Coppola. Este Drácula, la leyenda jamás contada, filme dirigido por Gary Shore y protagonizado por Luke Evans, parte de ciertas premisas históricas, si bien apenas transcurridos unos minutos el guión propina una patada a cualquier atisbo de realidad para dar rienda suelta luego a la más vívida imaginación, aunque sin mostrar algo que no hayamos visto antes. La propuesta firmada por Gary Shore, más de aventura que de terror, carece de originalidad, con guiños formales y estilísticos al propio Drácula de Coppola, a la épica 300, e incluso a Matrix (ver la secuencia de Vlad Draculea cargándose el solito a cientos de turcos). Poco más se puede decir de un producto que, en cambio, sí que parece que cuenta con la aquiescencia del respetable.