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Esto se hunde – Por Salvador García Llanos

   

Rising dump, traducido como Esto se hunde, aquel título de la mítica serie televisiva, sirve para condensar el ambiente que se respira en torno a la corrupción política en nuestro país. Pero no es cualquier cosa lo que desmorona: es la democracia misma, el sistema que la sustenta. El hastío de la gente acentúa la incredulidad que ha venido fraguándose desde hace algún tiempo, aunque es en esta legislatura cuando parece haber alcanzado su máximo nivel.

Nadie, ninguna formación política parece estar exenta de tener en sus filas algún caso de corrupción. Pero los partidos no han sabido o no han podido dar con las soluciones adecuadas. Habrán querido, claro que sí, pero o se han quedado cortos o no han dedicado el empeño suficiente o no han dispuesto de ideas, valentía y recursos necesarios para haber atajado los males que se han ido concatenando hasta terminar produciendo la repulsión a la política que ahora mismo se vive. La elusión de responsabilidades y el rechazo a una comparecencia parlamentaria -fácil, el que la gente quiere escuchar, el que ha producido un vuelco demoscópico y el que hace tambalear la credibilidad de la acción política y la estabilidad misma de los liderazgos-.
Los ciudadanos contemplan la sucesión de escándalos con una suerte de resignada indignación: los hechos, las denuncias, los descubrimientos, las tramas se van solapando. Hasta eso. Y encima, cuando en plena zozobra, aciertan a descubrir que ya no es financiación irregular de partidos sino enriquecimiento personal, el hastío sube muchos enteros hasta el punto de no aceptar argumento alguno de justificación por muy sólido que resulte. Ya les da igual.

Es crudo decirlo pero que la democracia, al cabo de treinta años, lejos de madurar para su cualificación y para distinguir a la sociedad que en ella convive, lo que hace es degradarse hasta hacer temer por su supervivencia, resulta un sindiós de mucho cuidado. Ahora huele a podrido y lo peor es que la regeneración, si hubiera voluntad y si fuera viable, difícilmente pueden acometerla quienes han sido protagonistas, en mayor o menor medida, de la situación.

Se ha dicho, y es cierto, que la corrupción es veneno para la democracia. Hay que combatirla pero con recursos o métodos más eficientes que los empleados hasta ahora. Por ejemplo: difícilmente pueden esperarse resultados alentadores tanto si hay resoluciones judiciales tardías como si las medidas preventivas que se quiere adoptar, vía modificaciones legislativas o nuevas leyes más duras y exigentes, marean la perdiz y carecen de consenso. O cuando se comprueba que los mecanismos de fiscalización son estériles. No digamos si, entre tanto, se aprueba una amnistía fiscal que solo alimenta el fraude.

Esto se hunde, en fin. Con gran dolor. Unos versos de Serrat, que cumple cincuenta años de carrera, por cierto, son mera esperanza: “Bienaventurados lo que están en el fondo del pozo, porque de ahí en adelante, solo cabe ir mejorando”.