Cuentan que don Mariano Rajoy está muy triste. Por la corrupción que fustiga a España. Y cuentan que, por la Operación Púnica, alguien le ha soplado al oído que Podemos obtendría hoy 500.000 votos más. De donde, de seguir así, igual es inevitable que la dicha formación en ciernes se haga con la mayoría absoluta que al PP distinguió (con programa electoral apañado) en las anteriores. Y ahí nos vamos a ver, porque son anti-sistema, y el sistema es lo apropiado en un país tan meritorio como en el que vivimos.
Así lo acredita el tal Rajoy: pedir perdón a los ciudadanos “ofendidos” (¿ofendidos por quién?), que son los que votan en las elecciones y, claro, dado la que se ha montado y la que se avecina ahí la altura del gobernante es quien ha de poner la pica en los altos del monte.
Falsario. Ni se presentará en el Parlamento para dar explicaciones ni lo que manifiesta en mítines se las verá con lo que supuestamente propone. Porque quien pide perdón fue el que nombró al tal Bárcenas, el que le escribió “tranquilo, tranquilo” en un SMS, el que ha de suponerse santiguó los sobres acreditativos, el que no vio mal la reforma de las sedes con dinero expiatorio, el delfín de un tal Aznar que contrajo negocios lucrativos con el ilustre Gadafi y…, todo eso y no se inmuta. De lo cual se deduce que, en efecto, la corrupción es un mal a extirpar en este país, porque puede llevar a equívoco, todos corruptos y no unos insignificantes cuantos; más, más… corrupción de todos los partidos, no se lo vaya a creer el PSOE, que Gürtel hay pero ya veremos, porque los ERE…
Colaborar con la justicia es insoslayable. Por eso no solo desaparecieron los discos duros de un ordenador sino que el ahora exhonorable Pujol gozó (¿y goza?) de salvoconducto, a pesar de que un político respetable en un Parlamento nombrara el 3% (que resultó ser 5) hace ya unos cuantos años y por ahí ni te pudras.
Eso es lo que ocurre, y en eso lo sistémico es contundente: el sometimiento político de la justicia que da como resultado unas veces la impunidad (por prescripciones o por según qué lo mentado no es delito) y un espectáculo no solo bochornoso sino impúdico y despreciable.
De modo que no es de extrañar que el presidente, que dice o se supone ha de gobernar un país llamado España, haya perdido hasta el apetito.