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Juani Mesa: “Nadie puede ser feliz si no comparte su felicidad con otras personas”

   
Juani Mesa. | SERGIO MÉNDEZ

Juani Mesa. | SERGIO MÉNDEZ

Por Verónica Martín

Cuando pasas un rato charlando con Juani Mesa te preguntas, ¿cómo es que no hay una como ella en cada colegio? Esta psicóloga especializada en educación afectiva y en sexualidad es una auténtica guía que podría responder a muchas de nuestras preguntas diarias como padres. Rechaza la supermedicación y apuesta por la educación afectiva. Esta canaria que vive en Barcelona insiste en la importancia de la afectividad en los primeros años de vida y en buscar la autoestima en uno mismo.

-¿Por qué es usted psicóloga?
“Siempre quise ayudar a los demás y con 15 años creía que lo que tenía que estudiar era Medicina, pero se me daban muy mal las matemáticas, así que dudaba. En esos mismos años tuve problemas familiares y personales y fui a un psicólogo que me ayudó muchísimo a sobrellevar aquellos momentos y mi propia adolescencia. Y esa experiencia marcó un antes y un después en mi vida”.

-¿Cómo llega a su especialidad…?
“En los ochenta la carrera de Psicología era de cinco años y nos daban una charla sobre las distintas especialidades, llamadas practicum. Me encantó el planteamiento de crecimiento personal, preventivo y educativo de la psicología educativa, llamado enriquecimiento socioafectivo, y que vendría a ser hoy lo que llamamos hoy educación emocional, social y en valores. Estuve cuatro meses haciendo prácticas en un instituto de Secundaria de Santa Cruz de Tenerife, y desde entonces siempre he estado relacionada con el mundo educativo”.

-Es usted psicóloga y sexóloga experta en emociones, ¿nos enseñan a saber querer bien?
“El primer gran aprendizaje del ser humano es por imitación y aprendemos a amar de los que nos aman, especialmente en la infancia. Requiere tiempo, dedicación y valentía querer y quererse bien. Hay personas heridas porque no fueron bien queridas: por negligencia, dejadez, abandono, decepción, abusos sexuales, etc… Pero, al mismo tiempo, esas personas han sido capaces de aprender a amar y renacer como el ave Fénix. Hay mucha confusión entre querer, poseer, depender, incluso rehabilitar, como cuando se dice ‘mi amor te cambiará’: ¡qué error! Para tener una buena autoestima y amar bien a otros, necesitamos, en primer lugar, haber vivido una infancia con mucho cariño y normas claras, como dice mi gran maestro, el profesor Manuel Segura. Luego, necesitamos que nos den responsabilidades y aprender a gestionar las emociones desagradables como el enfado, los celos, la envidia, el fracaso, la tristeza, el miedo… y, poco a poco, ganar en libertad para experimentar y, al mismo tiempo, sentir de nuestros padres (o de quien haga esa función) la firme convicción de que valemos como seres humanos: que nos aceptan tal y como somos y que somos dignos de amar y ser amados. Y, a partir de ese momento, tenemos la base para amarnos y respetarnos y empezar a amar y respetar a otras personas. Desde mi experiencia, pocas personas lo tienen todo a la primera. Pero todas las personas podemos llegar a tener una sana y buena autoestima y encontrar a lo largo de la vida una o varias personas a las que aprendemos a amar bien y que nos quieren bien”.

-Dejando a un lado las enfermedades mentales, ¿cuál es la clave para una vida psicológicamente sana?
“Es difícil proponer una receta mágica para toda las personas. No obstante, lo psicológico va íntimamente relacionado con lo social. Es decir, nadie puede ser feliz si no comparte su felicidad con otras personas. La salud de nuestras relaciones personales, familiares y profesionales afecta a nuestra salud psicológica. Así que hay que elegir bien a los que nos rodean y saber lidiar con los que no podemos elegir, pero con los que tenemos que convivir. Es lo que llamamos la asertividad, ser capaces de relacionarnos respetando a los demás, sin ofender, pero al mismo tiempo, respetando nuestros sentimientos y necesidades y ejerciendo nuestros derechos. Sí, es fácil de explicar pero difícil de practicar. También creo que es muy importante tener objetivos ilusionantes, un sano sentido del humor y una escala de valores (responsabilidad, honestidad, sinceridad, justicia, igualdad, dignidad, libertad, etc… los grandes valores universales) que nos sirvan de guía, ante las decisiones de la vida, a veces auténticos dilemas morales y que según cómo actuemos, nos harán sentir bien como persona”.

-¿Hemos psicologizado demasiado nuestra vida? Ahora queremos que un medicamento nos resuelva la vida y hemos desarrollado dependencia a las terapias, ¿es así?
“En muchos casos, sí. Parece el camino corto para resolver muchos problemas: ir al psicólogo o dar una pastilla… Sin embargo, muchas veces lo que las personas necesitamos es que nos escuchen, nos atiendan y nos abracen más: desde la infancia hasta la vejez. La gran epidemia de este siglo XXI, al menos en el mal llamado Primer Mundo, será la soledad. Y eso no se cura ni con pastillas ni con psicología (aunque ambas en muchos casos pueden ayudar), se mejora con afecto y buena compañía”.

-Una de sus facetas más importantes está en educar a los padres, ¿cuál es el principal error que cometemos?
“En estos momentos, creo que hay varias dificultades para educar. Una, que hay más familias en los umbrales de la pobreza, lo que limita las oportunidades educativas de sus hijos y no hay suficientes ayudas. Otra, la sobreprotección y el permisivismo como pauta educativa general a la hora de educar. Proteger sí, querer sí, marcar limites y normas también. Sin olvidar unos valores y una coherencia en el decir y en el actuar. Otra dificultad es la no conciliación horaria para compaginar el trabajo profesional. En Finlandia, los padres están protegidos por la ley para acudir a las reuniones y entrevistas que proponga el colegio. Hay un sentido de responsabilidad comunitaria para sacar adelante a la siguiente generación.Otra muy importante y que no podemos olvidar es que aún no esta cubierta la etapa de 0-3 años por la escuela pública. Esta dejadez institucional nos aleja del principio de justicia social, de democracia e igualdad. Y otra más, también muy importante, es que el sistema sanitario no incluya en sus equipos base, desde que nace un bebé, un apoyo profesional psicológico. Así desde una perspectiva preventiva se podría trabajar desde el inicio los cambios psicológicos de ser madre, el construir una pareja, crear una familia, etc., e ir formando a madres y padres desde el principio, dando pautas e, incluso, detectando desde los primeros momentos las dificultades en la educación de los hijos, los conflictos de pareja, etc… Y en caso necesario, derivar y poder actuar en las fases más iniciales de los problemas de desajuste personal y familiar. Es decir, ya que ahora se nos reconoce como profesión del campo de la salud, igual que tenemos un médico de familia o de cabecera, deberíamos tener un psicólogo de familia o del desarrollo evolutivo. Está demostrado que por cada euro que se invierte en educación y en prevención, se ahorran siete euros en reinserción y tratamientos”.

-Venimos de un mundo muy estricto y hemos pasado a un mundo donde el niño decide, ¿corremos el riesgo de crear una generación de tiranos?
“Sí , corremos ese riesgo. Pero estamos a tiempo. Nunca antes hemos tenido una sociedad tan preparada: tantas madres y padres concienciados de la importancia de educar y con tantos recursos humanos y técnicos dirigidos a educar bien. Está en la red, en los libros, en los profesionales: usémoslos. Y Saquemos el tiempo hasta de debajo de las piedras para estar, querer y educar”.

-El trastorno de ansiedad es algo que se está dando en muchos jóvenes, ¿qué está pasando?
“La ansiedad es un miedo mantenido por largo tiempo. Una respuesta humana y natural ante las amenazas. En la Edad de Piedra ya sufríamos ansiedad, con la diferencia de que una vez que comíamos o nos refugiábamos de las fieras, se transformaba en tranquilidad y satisfacción. En cambio, la ansiedad nuestra nunca acaba y se nos va acumulando en la mente y en el cuerpo. Una educación de ‘envueltos en algodón’ pasa factura cuando nuestros adolescentes empiezan a tener que tomar sus propias decisiones y afrontar los fracasos sin que padres ni profesores puedan ir en su auxilio. Sentir la responsabilidad personal de golpe y porrazo nos agobia. Y eso le pasa a muchos jóvenes en el Bachillerato; son sus decisiones las que van a determinar en gran medida su futuro profesional y personal, y están poco entrenados. Además, el miedo al fracaso, el saber manejar la frustración no se aprenden fácilmente si han vivido sobreprotegidos; el golpe con la realidad es más duro. Por eso, hay que ayudar a las familias a educar para hacer volar la cometa: combinando responsabilidad con libertad”.

-Con respecto a su faceta de sexóloga, ¿es cierto que vivimos en un mundo donde se acepta ya casi todo? ¿O hay mucho de mito?
“Mi experiencia es sobre todo como educadora afectivo-sexual y de género, y por tanto, está más circunscrita a la gente joven que a las personas adultas. Yo lo que veo es que acceden a mucha información sexual relacionada con las prácticas y posturas sexuales, pero no hay una formación de la afectividad, ni de actitudes ni de valores. Por eso, creo que tenemos tantas adolescentes con embarazos no deseados y con violencia de género cada vez en edades más tempranas. No creo que se acepte el ‘todo vale’ ni en jóvenes ni en los adultos. Lo importante sigue siendo que queremos es ser felices; amar y ser amados”.

-¿Qué problemas sexuales son los que más se le presentan?
“La autoestima de las mujeres es una tema central en mi trabajo, tanto en adolescentes como en adultas. Como educadora observo mucho desconocimiento de nuestra respuesta sexual y cómo alcanzar el orgasmo. Hay mujeres que desconocen su cuerpo y que siguen esperando que sea el hombre quien las enseñe a disfrutar de su propia sexualidad. A nivel de los hombres tengo pocas consultas, pero las que me hacen, están relacionadas con la pareja: incomunicación y alejamiento del proyecto común de vida. Y por último, las familias me consultan sobre el miedo a que sus hijos sean gays o lesbianas. Desgraciadamente, continúa habiendo una especie de homofobia latente. Aunque sabemos que políticamente es correcto defender las diferentes orientaciones sexuales y que vivimos en un país muy avanzado en este sentido, pero en el plano familiar, hay personas que piensan ‘ojalá no me toque a mi’ un hijo o una hija homosexual y mucho menos transexual. El argumento que me dan es que no quieren que ‘sufran’. Mi experiencia es que los chicos y chicas lo tienen más claro y lo viven bien, son sus familias las que no. Necesitan que los ayudemos a ser felices y buenas personas, sin importarnos si la persona que aman es de un sexo u otro. El precio si no lo conseguimos es muy caro: perderlos. En algunos casos para siempre… Pero aún estamos a tiempo”.