Durante el tiempo que me he dirigido a ustedes desde las páginas de los periódicos de Tenerife he sido absolutamente sincero. Y esta vez también voy a serlo, porque creo que es con la verdad por delante como hay que ir por esta vida. Aunque a veces sea incómoda o inconveniente. Es lo que me enseñaron. Lo que practico. Y lo que enseño a mis hijos. Las dictaduras saben muy bien, mejor a veces que las democracias, lo importante que es el adoctrinamiento de los ciudadanos. Por eso dedican tanto esfuerzo en “educar” inculcando sus propios principios en los jóvenes. Nuestros abuelos decían, con mucha razón, que para que los árboles crezcan derechos hay que enderezarlos cuando son pequeñitos porque luego no hay manera ni remedio. Las peores dictaduras de la historia “acondicionaron” a sus niños con un baño de mensajes que glorificaban los valores morales del régimen y ensalzaban a los tiranos. Las democracias liberales, afortunadamente, creen más en la libertad de las personas y de las familias a la hora de enseñar a sus hijos. A los jóvenes se les educa pero no se les condiciona. Y se les educa en la casa, en el colegio y en las calles, en la televisión y en el ejemplo que les damos. Cuando nos enfrentamos a un escándalo de corrupción ¿qué es lo primero que nos encontramos? Pues a uno o varios ciudadanos que, desde puestos de responsabilidad públicos, nos han fallado a los demás. ¿Hemos educado -o lo estamos haciendo- a nuestros hijos en los valores de la austeridad y la rectitud? No. ¿Les estamos dando los ejemplos adecuados para que sean el día de mañana ciudadanos responsables? No. Hemos cambiado siete veces de planes educativos porque los partidos políticos son incapaces de ponerse de acuerdo en una cosa tan básica como es el pilar de la educación de un país. Les ofrecemos unos entretenimientos en los que se ensalza un modo de vida basado en el lujo, la violencia, el engaño y la velocidad. Los niños, hoy, pueden ver cómo sus padres resuelven una discrepancia a gritos. Pueden ver cómo su padre o madre se salta una cola en la administración, aprovechándose de que tiene un conocido. Pueden ver cómo alguien se trae a casa, desde su trabajo, pequeños materiales que ha cogido sin permiso; nada de gran valor, pero cosas que no son suyas. ¿No les suena de nada todo esto que les estoy contando?
Se dice ahora que el sistema no funciona. Pero sí funciona. Lo que fallan son las personas. El tráfico está bien organizado y las reglas son claras, pero nadie puede garantizar que un conductor no circule en dirección contraria o se salte los límites de velocidad. Sólo podemos, a posteriori, detectarlo y sancionarlo. Lo mismo ocurre con aquellas personas a las que designamos nosotros -o eligen ustedes- para desempeñar responsabilidades públicas. Si fallan, sólo podemos intentar detectarlo lo antes posible y actuar en consecuencia. De la misma manera que se hacen campañas de tráfico para educar a los conductores en el respeto a su propia vida y a la de los demás, habría que mentalizar a esta sociedad de que el juego limpio es una cosa de todos y a todos los niveles. Una sociedad honrada y estricta lo es primero en sus hábitos ciudadanos. Debemos empezar por aprender el valor de respetar las reglas e incorporar esa cultura a todos los aspectos de nuestra vida y, lo que es más importante, a la de nuestros hijos. Un aspecto importante es el castigo. Que quede claro que un cargo público es un honor pero también una responsabilidad. Que se sepa que nadie que actúe de forma desleal con el resto de sus conciudadanos va a quedar impune. Pero es mucho más importante educar a nuestros hijos, a los ciudadanos del mañana, en los valores de la honradez personal a todos los niveles, del respeto a las reglas de la sociedad y del respeto a los demás. Y es ahí donde estamos fallando estrepitosa y clamorosamente. No es lo que ven hoy. No es lo que aprenden hoy. Me quedo con una frase que escuché el viernes a Juan Antonio Madina: “el talento es llevar por el buen comportamiento a la inteligencia”. Para reflexionar. ¡Feliz domingo!
*PRESIDENTE DEL CABILDO DE TENERIFE