La exuberancia irracional. La mediocridad política que nos atañe, con la regeneración en mantillas, el 9N de falsete y la Unión Europea en cabestrillo, salta a la vista cuando el 25 aniversario -anoche- de la caída del muro de Berlín nos recita a quienes timonearon los años 80 con envidiable competencia, con qué redaños saltaron las vallas de la historia. Gorbachov, Kohl, Thatcher, Miterrand, Bush padre, Felipe González y Jacques Delors no tenían desperdicio, como a comienzos de los 60, cuando el vientre de Europa se escindió tras la cesárea de la II Guerra Mundial con el costurón berlinés, y en el paddock de la Fórmula 1 coexistían Adenauer, Kruschev y Kennedy; este último con la pulsión rijosa de Monago, cuyos vuelos de amor a Tenerife lo traicionan en maldita la hora menos en Canarias. El muro de la vergüenza -venimos de la patera de la vergüenza, mismo género, la ignominia- cayó de la noche a la mañana, y eran estadistas, no estos subalternos afanados. Pero la avalancha que hoy (supongamos que es noviembre del 89 todavía) tiró abajo definitivamente el muro segmentado entre abrazos y cerveza a discreción, por un malentendido en televisión que precipitó los acontecimientos, fue producto de una jugada maestra entre Kohl y Gorbachov meses antes (bendecida por Bush) paseando delante del Rin. La unificación alemana, dijo el canciller (Der Elefant), “fluye como ese río”, y el padre de la perestroika secundó la metáfora, porque el final del bloque comunista corría, a su vez, parejo bajo la mácula de su cabeza. Kohl, aquel grandullón tragaldabas, objeto de burlas, siempre reía el último. Los dos vinieron a Lanzarote después. Hoy me parece inaudita la amistad de semanas que labré con Gorbachov (el comunista mutado, como lo llamaba Reagan) y Raisa, haciendo footing por la costa de Teguise con varios compañeros, sus abrazos campechanos que me azaraban en público, y una hora de entrevista en La Mareta para El País, con este colofón: “¿Es consciente de haber sido el hombre que cambió el rumbo de la historia? Sí, lo sé”, respondió con 61 años.