Un libro nunca nos dice quiénes somos. Quizás ese sea el problema. Por eso no podemos parar de consumir letras como si fueran cañas de media tarde, con el riesgo que eso conlleva. Un libro nunca nos dice (del todo) quiénes somos y tal vez esa sea la solución. No buscar(nos) únicamente en otros sino también en nosotros mismos. Hay personas que discuten con fervor sus convicciones, que no se levantan de la mesa hasta que no atisban que sus interlocutores van a otorgarles la razón. Hay otros, sin embargo, que, aun a sabiendas de no poseerla, no precisan de gritos para reafirmarse. Prefieren discutir a dialogar; o preferÃan, porque ahora ese término también ha terminado por corromperse, hasta sus vocales. Y qué tendrá que ver eso con los libros… Pues todo, como siempre. Que no, señora, que no se moleste, que el libro no le va a decir quién es… Pero oiga, algo ayuda. Y cuantos más, mejor. Asà podrá dialogar con la serenidad de quienes no optan solo a la conquista sino también a la reconciliación, de quienes, a pesar de sus valores, se replantean el modo en el que el otro lee. Porque nunca fue lo mismo entender que creer.