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Mediación (IV) – Por Andrés de la Vega Alcañiz

   

La iniciación y su seguimiento. Sigo con la Mediación, y no es monotonía, ni advertencia de que en esta reciente cada día, aun antigua, resulta moderna. Su nombre, su expresión, como la llamamos, merecen o conviene entenderla con ciertas cautelas. En ella -y lo dicho, lo repito- hay un mediador, pero lo de “mediar” entendido, general o genéricamente es relativo; y así distinguimos pronto y fácil de otras formas, de otras actividades y personas con tales denominaciones. El mediador en la profesión de mediación “ayuda, colabora, dialoga con dos -o más- personas” (son las que algunos llaman partes), para que también ellos hablen, dialoguen. Incluso, si hace tiempo que no hablan, o que un problema o enfrentamiento los separa, o un pleito incluso, en marcha en un Juzgado, los enfrenta. Como se dice en el argot social, “no se hablan”. Pues bien, el mediador, una vez comenzada la mediación -que también tiene este nombre el proceso a seguir que puede constar de varias sesiones, de distintos días de encuentro y conversaciones-, los tres dialogan. El mediador no es que medie, sin más, como, por ejemplo, en una riña callejera, separando e intentando que cada uno vaya por otro lado. No.

El mediador, estando los tres, normalmente, sentados comienza a hablar, con normalidad, en el tono y forma que la situación requiera, y en los términos que prefiera sin reglas, frases hechas o fórmulas de expresión solemnes o anticuadas, ni de chisme o retórica, o de presentaciones formularias o entrevistadoras. Nada de nada experimentado o del pasado molesto, ya gastado, o de consejos aprendidos y repetidos, no y no. Se inicia con naturalidad una conversación entre personas adultas, y no llamemos tampoco, “conversación entre amigos”, término también usado, no siempre con acierto, simple y sencillo: se intenta iniciar un diálogo con mayúscula del mediador con las personas que tienen el problema -no las llamo “mediados”, -compañeros y amigos que lo hacen merecen mi respeto, pero no los considero así-; así se empieza. Y le he oído a experimentados que lo primero a hacer es decir el nombre del mediador; no lo considero esencial, los que vienen y con él están no lo hacen por deseo y menos necesidad de saber su nombre; ya saldrá -hay, habrá más tiempo, y más sesiones y ocasiones-. Otros compañeros, y maestros mejor llamados, dicen que esto es una entrevista; tampoco es para mí exacto, lo dejo para los periodistas, excelentes profesionales de las llamadas, preparadas y estudiadas entrevistas. Vuelvo a lo dicho antes. Sin presentaciones ni nombres predominantes, conocidos quizá antes, por personas que quizá han dado explicaciones. Y sin considerarlos ya antes de empezar mediados. “¡Oiga mediado!” o señor mediado! No. Decididamente, lo dejo para profesores y maestros de la mediación, para cuando explican o hablan con otros compañeros. Comencemos y comenzamos ya: “¡Hola! Buenos días, tardes, o ¿qué hay? ¿Qué tal?”. Como empieza un encuentro. Y como cada cual desee o sepa, con tranquilidad, sin extrañezas ni explicaciones rutinarias y aprendidas sobre la mediación. Lo que es las fases, sesiones… como lo demás surgirá. Tampoco hay que exigir que se expongan los problemas de inmediato. Como en tantas conversaciones, irán saliendo “a relucir” las cuestiones. Recordemos lo de “pues ahora que lo dices” o “por cierto”, o “ahora que me acuerdo”, o “¿tú no recuerdas cuando… tu hijo ¿vinimos… fuimos…?”, etc. En conversaciones naturales y normales va saliendo todo. El mediador, se supone, ha de tener algunas cualidades, habilidades, conocimientos sobre cuestiones que subyacen; se encarga de ayudar a dialogar, a que afluyan comentarios, a sugerir aclaraciones, a veces explicaciones, sin preguntas o si se producen, nunca incisivas, investigadoras, denunciantes, molestas.

*Abogado
vegaalcaniz@gmail.com mediaria.gabinete@gmail.com