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La momia – Por Jorge Bethencourt

   

La momia estaba llena de polvo y había deposiciones de aves”. El titular de la noticia impactaba. Una momia siempre tiene resonancias mágicas, de película de las cuatro de la tarde, de viento en el desierto y pasillos de una pirámide misteriosa. Pero esta momia fue hallada en una azotea de Madrid, que es algo más prosaico. Era el cuerpo desecado de una persona. Estaba en la Facultad de Medicina y eran los restos de alguien que, tal vez, donó su cuerpo para la ciencia. Pero la ciencia en España es así. Como de cuarto de azotea polvorienta. Allí encontró la momia un profesor de anatomía. Tendida sobre una mesa y rodeada de cagadas de pájaro.

Y en varios anaqueles la acompañaban “restos cadavéricos amojamados”, media cabeza y cuello con su hombro y miembro superior, restos de fetos humanos, secciones anatómicas… “en bolsas que se descomponían al tocarlas debido al largo tiempo de exposición a la luz y a las condiciones ambientales”. Al rectorado de la Universidad Complutense le agrió la mañana el informe de la momia abandonada a su suerte. Rápidamente aclaró que no estaba olvidada y polvorienta y que tampoco se encontraba “en una azotea”, sino en unas dependencias construidas en la azotea, que no es lo mismo. No estaba tirada a la intemperie para salir en la fotos del Googleearth, sino tirada en un cuarto sin cerradura donde defecaban los pájaros. O sea, precisemos. Con todo, lo más turbador es que se haya encontrado en el mismo sitio un extraño hallazgo: restos de gambas y langostinos, un pequeño pez desecado y útiles para cocinar, entre ellos una bombona de butano. Inquietante utillaje que mezcla la gastronomía con la anatomía forense. A la momia la llamarán Mariano, porque yace inmóvil y silenciosa. Será protagonista de la próxima campaña para donaciones.