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El muro – Por Leopoldo Fernández

   

Personalmente vi por primera vez el muro de Berlín a comienzos de los años ochenta, durante un viaje a la entonces República Federal Alemana, al que fui invitado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de ese país junto con Óscar Zurita y Ricardo Acirón. La agenda, muy apretada, nos dejaba una fecha libre para asuntos propios y Ricardo y yo decidimos aprovecharla para trasladarnos en tren al Berlín de la República Democrática Alemana, para ver de cerca el muro de la vergüenza -una parte, quizás la más visible, del telón de acero del que hablara Churchill en su telegrama al presidente Truman- y visitar algunos puntos de interés, como el mítico Checkpoint Charlie o punto de control fronterizo y lugar de intercambio de espías, así como la famosa torre de televisión, de 365 metros de altura, que alberga un bonito restaurante giratorio, donde almorzamos, y desde el que se veía, y se ve hoy, una perspectiva magnífica de la capital germana. Desde allí arriba era muy fuerte el contraste entre el bullicio de las calles occidentales, sobre todo en la popular Alexanderplatz, la congestión del tráfico y los numerosos anuncios de neón en comparación con el silencio de la zona oriental, la escasísima circulación de personas y vehículos -viejos, sonoros, inseguros- y la ausencia de luces y establecimientos públicos. Recuerdo que pensábamos permanecer en Berlín Oriental entre seis y ocho horas, pero fue tal nuestra decepción por lo que observamos -no nos fue posible, por ejemplo, encontrar un bar para tomar un café o una bebida para calmar la sed- que, tras una vuelta en un taxi destartalado, un antiguo Fiat 124, a las dos horas decidimos regresar a nuestro hotel berlinés occidental y pasar de nuevo los minuciosos registros y controles de los vopos, los temidos guardias fronterizos orientales. Nada hacía presagiar entonces que unos pocos años después, el muro -hoy habilitado en gran parte como carril para bicis y peatones- iba a caer, y con él la Unión Soviética, dando así paso al fin de la Guerra Fría, a la reunificación alemana y a la libertad tantos años negada en el oscuro y fracasado mundo comunista. Quedan en el mundo, y en las relaciones entre pueblos y entre personas, otros muros que habría que derribar cuanto antes en bien del diálogo y el entendimiento.