Si tu alcalde, el de todos, te apuñala por la espalda y no contento con eso además te denuncia porque tu cuerpo yaciente entorpece el transito de los viandantes y tu sangre ensucia los adoquines, debes empezar a desconfiar de su amistad.
Si tu alcalde dilata durante tres años consumir el dinero público destinado a la retirada de la vía pública de 60 miserables licencias de taxi cuando habrían de ser cientos, y además lo hace usando trabas burocráticas que resultan ser absurdas a día de hoy, debes empezar a desconfiar de su buena voluntad.
Si tu alcalde te impone restricciones de explotación de la licencia cuando la realidad manifiesta es que resulta imposible la sostenibilidad de tu actividad como taxista, debes empezar a desconfiar de su ética y moral personal.
Si tu alcalde se escuda en un concejal que se apoya en lo más oscuro, interesado y destructivo del colectivo del taxi con el único propósito de desinformar y destruir la unidad de este grupo profesional, debes empezar a rebelarte sin complejos.
Y por último, si tu alcalde no tiene la capacidad de aprobar una ordenanza racional que regule el sector en favor del interés público y de los profesionales que la desarrollan, debes empezar a pasarle factura.