En este paÃs es imposible escribir de polÃtica sin toparse con la corrupción; sin ahogarse en una marea agobiante que nos persigue y nos inunda continuamente, y que todos los dÃas nos trae nuevos casos. A la corrupción confesada de Jordi Pujol y a la imputación de miembros de su familia siguió el escándalo de las tarjetas llamadas opacas. Ahora irrumpe la Operación Púnica, con docenas de detenidos, entre ellos cargos importantes del Partido Popular y también socialistas. Incluso en Tenerife ha surgido una corrupción reconocida en el entorno del Cabildo Insular. Y no olvidemos que los populares tienen en la cárcel nada menos que al antiguo tesorero de su partido. Y que hay muchos cargos imputados de casi todos los partidos. Estos casos traen por enésima vez a la actualidad española la lamentable prueba de que somos una sociedad corrupta, una sociedad que vive instalada en la corrupción. Somos una sociedad picaresca, una sociedad de pÃcaros persuadidos de que si las normas y las leyes son democráticas, eso significa que no hay que cumplirlas, incluyendo la Constitución. Unos pÃcaros que piensan que los derechos no tienen lÃmites y se ejercen como cada uno quiera, y no de acuerdo con las leyes que los regulan y limitan. Unos pÃcaros para los que ganar unas elecciones implica obtener una patente de corso para apoderarse del Estado, de las Comunidades Autónomas y de todas sus instituciones. En resumen, somos una sociedad desarticulada y corrupta, una sociedad que sufre una corrupción social y polÃtica generalizada y crónica de proporciones gigantescas. Sufrimos una clase polÃtica, unos partidos y unos sindicatos corruptos. Sufrimos una Justicia injusta y desigual, en la que medran los polÃticos y no los buenos profesionales. Desde las más altas instituciones del Estado hasta el último Ayuntamiento, nuestros dirigentes y gobernantes no se han hecho respetar ni han cumplido su deber de ejemplaridad. Y como no se han hecho respetar, la gente les ha perdido el respeto: la sociedad española no respeta ni a su Parlamento. Porque, por citar un caso, únicamente en una sociedad sin tradición ni referencias democráticas es concebible unas convocatorias bajo el lema Rodea el Congreso, el sÃmbolo y el depositario de la soberanÃa del pueblo español, del que emanan los poderes del Estado, según establece la Constitución. ¿Qué hacer?, nos preguntábamos hace varias semanas, y concluÃamos que podemos hacer muy poco: la cultura y los valores no se cambian por leyes ni Constituciones. De modo que, mientras tanto, solo nos queda lamentarnos y aprender a convivir con la corrupción.
En otras palabras, hay que reconocer con absoluta rotundidad que no se trata de que haya muchos polÃticos corruptos, y ni siquiera que la clase polÃtica española sea corrupta. Se trata de que nuestra cultura polÃtica, es decir, nuestros valores y principios sociales y polÃticos en cuanto sociedad son corruptos. De ahà que la corrupción no sea una cuestión de ahora. La corrupción social y polÃtica ha existido siempre en España y es consustancial con nuestra sociedad. ¿O es que hemos olvidado la corrupción imperante en la época de Felipe González y su director general de la Guardia Civil? ¿Hemos olvidado el caso Filesa, que sirvió para financiar ilegalmente al Partido Socialista? Durante la dictadura franquista hubo corrupción, quizás inferior a la de ahora y limitada a los altos cargos debido al miedo imperante. En la Segunda República estalló el escándalo del estraperlo, en el que estuvieron involucrados el Partido Republicano Radical y su lÃder, Alejandro Lerroux. Y asà sucesivamente. La corrupción social y polÃtica siempre ha estado presente en nuestra vida y en nuestra historia, desde los validos de los Austrias y los Borbones y más atrás. El gravÃsimo problema español consiste en que a esta corrupción nuestra, permanente y estructural, ha venido a unirse una corrupción añadida, que se ha instalado en la vida polÃtica española y que, al parecer, ha venido para quedarse. Es una corrupción ligada a la financiación ilegal que practican todos los partidos y a las relaciones inconfesables de los partidos con la banca y con el mundo empresarial. Una financiación ilegal y unas relaciones inconfesables en las que también participan los sindicatos hegemónicos y corporativos que sufrimos en este paÃs, unos sindicatos que no tienen nada que ver con el movimiento obrero y que actúan en la vida polÃtica española como grupos de presión salvaje. Y sin la molestia de tener que presentarse a las elecciones y pasar por las urnas.
Al borde del desastre electoral que anuncia el CIS en su último informe, con Podemos rompiendo el bipartidismo y anunciando el fin del actual sistema polÃtico, Rajoy anuncia un paquete de medidas anticorrupción, tales como la prohibición de las donaciones a los partidos (aquà han llegado a ser legales las donaciones privadas anónimas) y la condonación de las deudas partidistas por las entidades bancarias, es decir, la prohibición de las prácticas más generadoras de corrupción de los últimos años. Es probable que ya sea demasiado tarde.
Púnica es un adjetivo que significa cartaginesa. ¿Se refiere a Cartago Nova, la actual Cartagena, o se refiere a que los españoles somos corruptos desde la época de los cartagineses?