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La última>

Qué país – por Jorge Bethencourt

   

Hay una enorme diferencia entre el pueblo y la chusma. Semántica. Que se acorta conforme se van escurriendo las neuronas por las alcantarillas de la histeria. Las redes sociales y los medios de comunicación de masas se han convertido en ventiladores de miedos y conductas irracionales en un mundo de perpetuos aspavientos. El otro día unos inmigrantes irregulares quedaron abandonados a su suerte en medio de una playa de Canarias porque los profesionales sanitarios tuvieron miedo de acercarse a atenderlos. Tenían pánico de que se les pegara el ébola, aunque el virus de esa enfermedad sólo se transmite por estrecho contacto con los fluidos corporales.

El miedo no se basa en la lógica. Es lo que tiene. Que el personal sanitario tenga miedo de una enfermedad es normal. El torero lo tiene del toro. Pero torea. La histeria colectiva va instalando falsas alarmas en el imaginario colectivo. Ayer eran los filetes de las vacas locas. Después fue una siniestra gripe aviar capaz de matarnos de un estornudo. Ahora el ébola. A cada poco nos embarcamos en una apocalíptica aventura que nos hace expertos en reactores nucleares al borde de la fusión o en volcanes y placas tectónicas. Dejamos un miedo para arrojarnos en los brazos del otro.

Los nombres de los supuestos infectados de ébola y sus fotos se exhiben en las primeras páginas, reventando incluso el último reducto de la intimidad del ser humano. En las tertulias de las alcantarillas del corazón, que están ya a la altura de la bragueta de los senadores, se pontifica sobre los trajes NBQ junto al hijo de la Pantoja. Todo sea a la mayor gloria de un pueblo soberano cuyo programa de televisión más seguido es uno donde la gente anda en pelotas. Qué hermosa metáfora de este tiempo.