Si no media una inesperada decisión de la Fiscalía General del Estado o alguna orden gubernativa especialísima tampoco prevista, este domingo será el gran día de los independentistas catalanes, que van a protagonizar y sacar adelante un referéndum -en realidad más parece una mascarada por la falta de mínimas garantías democráticas y por la ausencia de efectos legales posteriores-, para el que cuentan con la complicidad activa de la Generalitat y de más de 200 organizaciones y grupos impulsados desde el poder y en buena medida sostenidos y financiados por él. Poco importa que el pleno del Tribunal Constitucional haya suspendido la celebración de la inicial consulta soberanista y su posterior sucedáneo tras admitir a trámite las impugnaciones presentadas por el Gobierno, así como “las restantes actuaciones de preparación de dicha consulta o vinculadas a ellas”. Tampoco cuenta que, como el mismo tribunal dejó dicho hace unos meses, “Cataluña no puede convocar unilateralmente un referéndum para decidir sobre su continuidad en España” ya que, aunque avala su derecho a decidir como aspiración política, éste requeriría una reforma de la Carta Magna para ser efectiva. Para los separatistas, lo único que sirve es la voluntad de seguir adelante. Y como el Gobierno central y la Fiscalía prefieren pastelear e incluso comulgar con ruedas de molino -como lo prueban los contactos discretos habidos entre representantes catalanes y del Ejecutivo de Rajoy durante las últimas semanas y el dejar hacer de hoy- antes que aplicar las sentencias a rajatabla y adoptarlas medidas drásticas previstas en la Constitución, el resultado es que, con trampa y con mojiganga, con farsa y con esperpento, la consulta popular se va a celebrar, aunque no se le otorgue carácter oficial. Y sus promotores la van a manipular a su antojo, capitalizando unos resultados que serán sin duda favorables a las tesis soberanistas, porque así lo permite el irresponsable Gobierno del señor Rajoy.
Voluntarios y propagandistas
Quienes no creen en el soberanismo, ni siquiera acudirán a votar; los temerosos y los asustadizos, preferirán quedarse en casa o, en otro caso, dedicar el domingo a actividades recreativas; los indiferentes tampoco se abrazarán al voto. Con lo cual, prácticamente todos los sufragios que se emitan serán en favor de la independencia. La pregunta que incluye la papeleta de voto es: “¿Quiere usted que Cataluña sea un Estado?”. Si la respuesta es afirmativa, se deberá decidir sobre la independencia con otra pregunta: “¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente?”. En lo que la Generalitat y los partidos que apoyan la causa independentista denominan “proceso participativo” está previsto que intervengan alrededor de 40.000 voluntarios y que se pueda depositar el voto en unos 1.300 centros -en su inmensa mayoría colegios y dependencias municipales-, pero manejados desde instancias privadas, para que las autoridades no se contaminen jurídicamente y puedan incurrir en delito. Así y todo, cuando escribo estas líneas -tarde avanzada del sábado-, está por ver la suerte de las dependencias oficiales ante la investigación abierta por la Fiscalía de la comunidad autónoma sobre su cesión para sede de las votaciones. Para llegar a este punto del referéndum se han utilizado desde técnicas más propias de los nazis, en la presión a comercios y negocios para que luzcan emblemas favorables al 9-N, hasta una intoxicadora propaganda a través de los medios públicos, con la entusiasta colaboración de algunos privados, tanto prensa como radio y televisión. No han faltado las movilizaciones, los mítines, las tergiversaciones, las falsificaciones, las presiones directas o indirectas, incluso las intimidaciones y la internacionalización del “conflicto con el Estado español”. Todo vale con tal de hacer proselitismo y dar a entender que hoy llega el principio del fin del “secuestro de la democracia” por parte de España.
Engaños y manipulaciones
La Asamblea Nacional de Cataluña (ANC) y Omnium Cultural, las dos principales organizaciones sociales que apoyan la independencia y el eufemístico derecho a decidir -que no existe en ninguna Constitución del mundo-, organizaciones generosamente subvencionadas, junto a otras muchas, por la Generalitat, son las encargadas de llevar la iniciativa en el proceso de organización y desarrollo de las votaciones. En las que, como es lógico -así se recoge en sus consignas escritas y radiadas-, propugnan que se formen largas colas desde primera hora, para que el mundo vea las imágenes participativas de un pueblo deseoso de “ganar su libertad”.Lo que no dicen los organizadores ni los partidos independentistas es que esta simulación de referéndum por no tener no tiene ni siquiera censo de votantes, ya que éstos han de inscriben en el momento de acudir a la mesa de votación, para así evitar que puedan incurrir en ilegalidades penalmente sancionables. Todo muy medido, con esa astucia de la que alardeaba el presidente Mas para “engañar al Estado” y ofrecer al mundo una imagen pacífica y multitudinaria de “nuestras aspiraciones irrenunciables más sentidas”. Los organizadores calculan que hoy podrían acudir a las urnas más de 2,5 millones de catalanes, pero si algunos independentistas tienen humor y ganas y deciden votar tres o cuatro veces, o incluso más, tal vez el recuento final de votos ofrezca un resultado demoledor. Por encima del legítimo sentimiento de pueblo diferenciado y con conciencia nacional y de la no menos legítima aspiración de independencia -otra cosa es la utilización de medios ilegales para lograrla y su imposibilidad por mor de la Constitución- , a la que se dice aspira alrededor del 25% del pueblo catalán, la votación de hoy culmina la primera fase de un proceso puesto en marcha, al margen de la legalidad, constitucional y estatutaria, por CiU y ERC. Un proceso que ha sido preparado a conciencia durante los últimos 25 años, ante el pasotismo de PP y PSOE, con medidas, discursos, argumentarios y narrativas cargadas de emociones -y también falsificaciones- nacionalistas, ante la incomodidad de muchos otros catalanes que sintiéndose tales también se manifiestan españoles y así quieren seguir.
¿Y después del 9-N?
Utilizando impecables técnicas comunicativas y todo el potencial de Internet, con un lenguaje primoroso, muy bien estudiado, y sin importar hasta dónde es preciso llevar la confrontación, el radicalismo independentista ha partido en dos a una sociedad abierta, laboriosa, liberal, multicultural, multirracial, integradora y plurilingüe, con consecuencias posiblemente catastróficas para el devenir de Cataluña y de la propia nación española. Y ello, muy a pesar de que sólo el 31% de loa ciudadanía se inclina por la independencia, en tanto el 38% prefiere el pacto con el Estado.
La cuestión que va a quedar tras el 9-N es cómo los mismos actores políticos de Madrid y Barcelona van a ser capaces de desdramatizar el conflicto político existente y en qué medida -teniendo en cuenta tanta animadversión y tanto espíritu confrontador- son capaces de ponerse de acuerdo para acercar posiciones en torno a los puntos mínimos de acuerdo necesarios para entablar cualquier negociación serena sobre el encaje catalán en España que satisfaga a todos, incluidos PSOE y nacionalistas periféricos, así como para reformar la Constitución del 78. Lo digo porque sobre la mesa están unas elecciones catalanas anticipadas, a las que se pretende otorgar categoría de plebiscitarias, e incluso la posibilidad de la declaración unilateral de independencia en sede parlamentaria.
Ningún Gobierno legítimo puede aceptar ningún proceso que conduzca a la desintegración del país, ni tampoco los chantajes de ninguna fuerza política ni de ninguna comunidad autónoma, ni siquiera en estos tiempos de crisis económica, debilidades, desprestigios políticos, divisiones y corrupciones. Los desafíos soberanistas se combaten, como se hizo con el terrorismo -y ahí están los resultados-, con la ley en la mano. Desde la lealtad y el entendimiento fraternal, todo puede acordarse; fuera de la legalidad, nada es posible. Menos aún cuando se plantea, como dijo John F. Kennedy, sobre la base de que “lo que es mío es mío y lo que es tuyo, es negociable”.