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El revés y el derecho – Por Juan Manuel Bethencourt y Juan Cruz

   

De Lledó a Weber, y viceversa – Por Juan Manuel Bethencourt

Un catedrático de Universidad de prolífica trayectoria lagunera, galardonado esta misma semana con el Premio Nacional de las Letras, ha dejado escrito, querido Juan, lo siguiente: “La política es la función esencial de la vida colectiva, y el político es algo esencial también en la dirección y en la orientación de esa vida colectiva. Pero tiene que ser honrado y no ponerse una máscara, sino dar la cara. Dar la cara por unos ideales que ese partido debe defender de verdad. El ataque a la política, la burla no digamos, se nos clava en la cabeza como si todos los políticos fueran unos sinvergüenzas. Y eso es un error. La política es el más arquitectónico de los saberes, porque los comprende a todos. Burlarse de la política tiene algo de dictatorial, de tiránico”. Con esta sabia reflexión, tu amigo Emilio Lledó abunda en una cuestión nuclear de la acción pública, como es la búsqueda de la excelencia. Ponerse uno a prueba de este modo tiene mucho que ver con las reflexiones pretéritas de otro grande del pensamiento político, Max Weber (1864-1920): “La política significa horadar lenta y profundamente unas tablas duras con pasión y distanciamiento al mismo tiempo. Es completamente cierto, y toda la experiencia histórica lo confirma, que no se conseguirá lo posible si en el mundo no se hubiera recurrido a lo imposible una y otra vez. Pero para poder hacer esto, uno tendrá que ser un líder, y no sólo esto sino también un héroe, en un sentido muy sobrio de la palabra. Y aquellos que no sean ambas cosas deberán también armarse con esa firmeza de corazón que permite hacer frente al fracaso de todas las esperanzas, y deben hacerlo ya, pues de lo contrario no estarán en situación de realizar siquiera lo que es posible hoy. Sólo quien esté seguro de no derrumbarse si el mundo es demasiado estúpido o bruto, sólo ese tiene vocación para la política”. Hoy casi no me expreso, sino que concedo la voz a otros, a los sabios de verdad. Y ahora llega tu turno, estimado maestro.

El maestro – Por Juan Cruz

Ya son muchos años desde que Emilio Lledó llegó a La Laguna; pero no hay ni un solo día desde entonces en que la figura del maestro no haya tenido que ver con nosotros, sus estudiantes. Hasta ahora mismo, querido Juan Manuel, cuando a Lledó le acaban de caer tres premios, siempre ha sido nuestro maestro. De él aprendimos la generosidad y la duda, el valor del esfuerzo y el rigor de la teoría. Nos enseñó a ser mejores, y no solo mejores estudiantes, sino sobre todo mejores individuos, personas más justas y más necesarias para la sociedad en la que íbamos a vivir. Sus clases eran un modelo de comunicación: nos hacía leer y nos estimulaba a contarle el comentario de los textos que leíamos. Él aprendió eso de un maestro republicano, don Francisco, en un escuela pública de Vicálvaro, cerca de Madrid. Él nos habla aún de don Francisco como si estuviera yendo con él a la escuela. De hecho, cuando escuchas a Lledó hablar de ese periodo de su vida se le caen décadas de su calendario, porque de pronto vuelve a ser el niño que lleva dentro. Sería bueno que La Laguna lo recordara siempre con una calle, con un centro cultural, con su nombre entre los hijos adoptivos de la ciudad. Porque fue un lagunero y un santacrucero, un tinerfeño que tiene entre nosotros casi tantos amigos como en cualquier sitio.