Nunca es tarde si la dicha es buena, o si la causa es justa, según dicen en una república centroamericana, de limpia trayectoria democrática y plena vocación cultural. Recuerdo el dicho costarricense a propósito del homenaje a Alfredo Kraus en el Teatro Real en el XV aniversario de su muerte, con arias de Donizetti, Massenet, Gounod y Puccini, interpretadas por Piotr Beczala, cuya elección respondió a su admiración por el ilustre canario y al paralelismo en pos de la perfección técnica que marcó las carreras de ambos. Además de esta audición, con la orquesta titular dirigida por Marc Piollet, se programó otra gala con alumnos y amigos del genio como Simón Orfila, Antonio Gandía, Isabel Rey, Mariola Cantaero y su hija Patricia Kraus. Saludamos la iniciativa que honra a uno de los más grandes tenores del siglo XX y destacamos, cálidamente, una espléndida columna de Rubén Amón en El Mundo, tertuliano con personalidad y autonomía dentro del marasmo interesado de este socorrido género y, por si fuera poco, un barítono dignísimo que, en la hora decisiva, cambió la música por el pc. “Emocionaba sin emocionarse. No es una impresión personal, sino una convicción que el propio maestro reivindicaba a conciencia.
Igual que sucedía con la cautela de su patrimonio. Limitado en cuanto a la materia prima, pero ilimitado por el partido que supo extraerle. Sostenía Kraus que un artista no debe contar con el capital sino con los intereses, especialmente si aspira a una carrera longeva”. Entre vientos cruzados y veletas baratas o locas, cuando las cenizas difuminan compromisos y fidelidades, resulta edificante la coherencia del mensaje de Amón. “Encontramos en su figura un pretexto para distinguirnos. Tanto el vulgo aclamaba a Domingo, tanto los milicianos krausistas exacerbábamos la devoción al símbolo de la pureza. Y no sólo por su manera de cantar apolínea. También por las connotaciones exclusivas que representaba su ejemplo”. La evocación del radicalismo juvenil y la pasión krausista tiene tanto mérito testimonial como el reconocimiento actual y sin ambages de los valores objetivos de “los enemigos”, los cantantes de enfrente (el caudaloso y veterano Plácido, el elegante Carreras, el emotivo Pavarotti), necesarios y complementarios de la singularidad, el rigor y la perfección de nuestro paisano, hasta hoy un tesoro sin declaratoria de herederos.