Nos quieren cabizbajos y descreÃdos. Nos quieren desmovilizados, hastiados y hasta cÃnicos. Nos prefieren sin deseos de cambiar nada, acomodaticios, de mentalidad esclava y sin sueños de utopÃa. Les gustamos más postrados frente al televisor, siguiendo los giros de un balón o los chismes de los famosos, que organizando la rebeldÃa. Les encantarÃa que dejáramos de creer en la polÃtica, y que nos conformáramos con votar lo de siempre, con la misma resignación de unas ovejas que solo pudieran elegir entre morir electrocutadas, ahorcadas o pasadas a cuchilla, renunciando sin resistirse a pastar libres y a cielo abierto. Repiquetea en sus televisiones un sonsonete mecánico negando el sentido común del bienestar de las personas como objetivo polÃtico irrenunciable. Ese mensaje monolÃtico que llama antidemocrático, fantasioso, populista y antisistema a todo aquello que se salga del marco de la austeridad suicida, la esclavitud de la deuda, el expolio de lo público, la desregulación laboral, los desahucios consentidos, el hambre de los niños y el poder omnÃmodo de las grandes empresas con sus beneficios disparados; mientras se incendian los informativos con el impúdico trasvase entre cargos públicos y privados, y el frenesà carnal de los intercambios de tarjetas, cuentas suizas, sobres y maletines. El desfile del deshonor.
Pero, ¡ay!, cómo se les transparenta el miedo; cómo va calando en sus huesos bien alimentados en esos almuerzos a todo tren y todo pago. Ese mismo terror que les lleva a caer en la torpeza de manipular entrevistas, trazar equivalencias simplistas, amplificar discrepancias de método, no permitir el diálogo constructivo, lanzar amenazas en las redes, negar espacios mediáticos, lanzar a sus voceros a enmierdar la ilusión. Saben que ya toca el cambio de régimen, que crece el rugido de la marabunta. Que es tiempo de recuperar la verdadera polÃtica, de confiar en la honradez; de construir un sistema más justo que ponga en el centro al ser humano y su derecho a tener una existencia digna, un hogar, una sanidad y una educación públicas, con un trabajo que permita vivir y no malvivir; un sistema con controles contra las corruptelas, y donde no seamos carne de cañón de los empresarios. Ahora toca soñar.
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